premio especial 2010

 

Abr 22

Alex se levantó de su cama tan sigilosamente como pudo, se calzó las zapatillas, y bajó las escaleras. Atravesó el salón y el pequeño pasillo que daba al recibidor. Caminaba de puntillas, evitando así el crujir de la madera. No sabía qué hora era, pero sabía que si papá o mamá se despertaban y se enteraban de que no estaba en su cuarto tendría problemas.

Abrió muy despacio la puerta de entrada y se aventuró a una noche fría y limpia como  no recordaba otra igual.

El día había ido mal desde el comienzo, cuando su madre le despertó y Alex tuvo la sensación de que acababa de acostarse. Desperezándose, acertó a duras penas a preguntar que hora era.

–        Las siete de la mañana, cielo – contestó su madre con voz susurrante-

–        ¿Las siete de la mañana? ¿Estás loca? ¡Por Dios mamá, es sábado! Por si no te acuerdas los sábados no hay clase, así que déjame dormir.

–        Vamos cariño, ya te dije anoche que hoy nos íbamos al pueblo.

–        ¡Yo no quiero ir a ese pueblo! ¡Sólo quiero dormir!

–        Vamos, estoy segura que te va a encantar la nueva casa. Además, sólo es un fin de semana. Y esta conversación se ha terminado. ¡Arriba! Tienes cinco minutos para plantarte en la cocina. Es el tiempo que tardaré en preparar el desayuno.

Llegaron al pueblo hacia media mañana, tras cuatro interminables horas de viaje por carreteras que al chico se le antojaron poco menos que impracticables. Cuando su padre por fin paró  el vehículo en lo que pretendía ser algo así como la plaza del pueblo, Alex tenía el cuerpo dolorido, estaba cansado y estaba seguro de haber sudado más que en toda su vida. Para colmo de males, lo primero que topó su pie al salir del coche, fue una enorme plasta procedente de algún animal seguramente bastante mayor que un perro, dejando sus deportivas nuevas hechas un asco.

–        Te advertí que te pusieras las viejas – le reprochó su madre – Si no fueras tan cabezota y me hubieras hecho caso…

Hacía cuatro meses que los padres de Alex habían comprado la casa, y aunque  habían ido ya en tres ocasiones para efectuar unos arreglos que la hicieran mínimamente  habitable, él siempre se había quedado con sus abuelos, y esa era la primera vez que iba toda la familia.

El pueblo era pequeño, apenas diez o quince casas que salpicaban aquí y allá no más de cinco o seis caminos empinados y difíciles de transitar y Alex pensó que cogería entero dentro de un campo de fútbol. Se preguntó qué haría allí durante casi dos días para no aburrirse.

Además, su madre no le había permitido llevarse ninguna consola.

–        “ Quiero que pasemos un fin de semana en contacto con la naturaleza”-  había dicho.

–        “ Vamos mamá”- respondió él – “ Tengo diez años. Con lo único que quiero estar en contacto es con mi mp4 y mis consolas”

Pero no había servido de nada. Una madre es una madre, y casi siempre acaba ganando la partida, de modo que en la maleta no se había incluido nada que funcionase con electricidad… Excepto el secador de pelo de mamá, la afeitadora de papá, una radio… Al chico esto le parecía muy injusto, pero sabía que no podía hacer nada, por lo que decidió que la postura más inteligente sería aceptarlo, por mucho que pensase que era una injusticia.

La tarde transcurrió con más pena que gloria, entre el sopor provocado por el sol que se colaba por la  ventana y la desidia que le producía tener que deshacer el escaso equipaje que se habían llevado. Apenas salió de su habitación hasta la hora de la cena, y entonces lo hizo movido sólo por el hambre.

Tras saciar su estómago, se tumbó sobre la cama, pero a pesar del terrible cansancio que sentía, no fue capaz de dormirse. Pocos minutos después, harto de dar vueltas, se levantó para desentumecer un poco los músculos, se acercó a la ventana y apartó las cortinas. La visión que apareció detrás de los cristales le resultó fascinante y, de inmediato, decidió salir.

La iluminación pública en las calles del pueblo resultaba prácticamente nula, y a esas horas de la madrugada los escasos vecinos ya habían apagado casi todas las luces de sus casas, de manera que el firmamento lucía pleno de estrellas, sin que nada, salvo la luna, las ocultase a los ojos de Alex, que alzó la vista maravillado.

–        “ No tenía ni idea de que se pudiesen ver tal cantidad de estrellas a la vez”- pensó en voz alta.

Bajó lentamente su cabeza, aún hipnotizado por estos pensamientos, pero antes de poder reaccionar, oyó una voz tras de sí.

–        Sí, hay un montón. Mi padre dice que vemos sólo una pequeña parte de todas las que existen, pero a mí me parece exagerado.

Alex se sobresaltó, y un escalofrío se sumó a los que la temperatura de la noche ya le habían provocado.

–        ¿Quién eres? Preguntó asustado, ¿Cómo diablos has conseguido llegar ahí detrás sin que te haya oído?

El pequeño niño que se había situado detrás de él también se sobresaltó al oír la voz inquieta de Alex, y tartamudeó involuntariamente al responder.

–        Ma… Manuel. Me llamo Manuel. Vivo en aquella casita pequeña que está allí detrás. La que tiene un farol encendido sobre la puerta.

Ambos niños se estudiaron en silencio durante unos  instantes, con los ojos abiertos como platos. Al final, fue Alex quien volvió a romper con su voz el frío silencio de la noche.

–        ¿Cuántos años tienes? Pareces pequeño.

Había pronunciado aquella última frase con un toque despectivo en su voz, y Manuel fue consciente de ello al momento, lo que  hizo que imprimiese a su respuesta un tono de orgullo que resultó casi excesivo.

–        ¡ No soy pequeño! ¡ Ya he cumplido ocho años!… Lo que ocurre es que soy bajito,  ¡Pero mi madre dice que en cualquier momento pegaré un buen estirón!

Alex miró divertido el cuerpo menudo que tenía ante sí, pensando que en cualquier momento podrían saltar chispas de aquella cara enfurecida.

–        Me caes bien. Mi nombre es Alejandro, aunque todo el mundo me llama Alex. Tengo diez años, y  vivo en la ciudad – dijo.

Tendió su mano al otro chico, que la estrechó, dando así por zanjado cualquier asomo de polémica.

–        Sí, ya sé que vienes de la ciudad. Y también que te llaman Alex. Esta mañana, cuando habéis llegado, oí como te llamaba tu madre.

El silencio había vuelto a llenar la oscuridad cuando Alex observó que una luz iluminaba una ventana varios metros por detrás de Manuel.

–        No quiero alarmarte- dijo Alex-, pero si vives allí, acaba de encenderse una luz.

Súbitamente, Manuel se dio la vuelta y corrió en dirección a su casa como alma que lleva el diablo, desapareciendo de inmediato en la oscuridad. Alex, perplejo y sin saber muy bien que hacer, se dio media vuelta, entró en su nueva casa y, varios tramos de escaleras después, caía rendido en la cama.

Durmió toda la noche del tirón, y cuando su madre le despertó, hacía ya varios minutos que el reloj de cuco que adornaba el recibidor había anunciado las once de la mañana. Bajó corriendo al salón y se plantó ante un desayuno que se le antojó descomunal, compuesto por embutidos, pan recién hecho y un gran tazón de leche. Al probar el blanco líquido, pensó que nunca había bebido una leche de sabor  parecido, y dejó vacío el bol en un par de tragos.

–        Es que esta leche es de vaca – le explicaría su madre más tarde.

–        Claro mamá, ya sé que es leche de vaca, no soy estúpido.

–        ¡Por supuesto que no, cielo! – dijo riendo su madre – sólo te digo que esta leche viene “directamente” de la vaca, sin pasar por el tetra brik. ¡La vaca es el único envase!

Los ojos de Alex se abrieron hasta casi salirse de sus órbitas. ¿La vaca era el envase? Pensó que su madre estaba un poco loca. A veces no entendía demasiado bien lo que ella le decía.

Devoró el chorizo, el jamón y algo de salchichón en poco más de diez minutos y se vistió deprisa.

Quizá fuese por haber conocido a Manuel, o por la  sensación que la noche anterior le había hecho sentirse pequeño y extraño,  pero que de alguna manera, cuando contempló la inmensidad del firmamento, lo había llenado de paz. Fuera como fuese, lo cierto era que esa mañana habían desaparecido el cansancio y los prejuicios acerca del pueblo.

Tenía ganas de salir a la calle. El día era espléndido y sentía la necesidad de poner a prueba los jóvenes músculos de sus piernas por aquellas callejuelas empinadas.

Caminó cinco o seis metros y se paró, cerrando los ojos y aspirando profundamente  aquel aire que olía a  hierba y eucaliptos. Cuando abrió nuevamente los ojos, Lo primero que vio fue el cuerpecillo enjuto de Manuel, que se había plantado delante de él con una amplia sonrisa dibujada en sus labios.

–        ¡Hola! ¿Qué haces? – preguntó el más pequeño.

–        Olía – respondió Alex – Aquí el aire huele muy diferente a la ciudad ¿sabes?

–         Claro que lo sé. En invierno voy a la ciudad todos los días. Aquí no tenemos colegio.

Alex miró a su alrededor, y sintió unas terribles ganas de explorar todo aquello.

–        ¿Me llevas a dar una vuelta por tu pueblo?

Había hecho la pregunta, pero no había esperado la respuesta, y ya se había puesto en marcha cuando Manuel abrió la boca para intentar responder. Caminaron y rieron por espacio de casi tres horas, que Alex aprovechó para descubrir los alrededores del pequeño pueblecito y conversar animadamente con algunos de sus habitantes. Cuando  el estómago de los chicos les anunció que era ya la hora de comer, decidieron regresar, no sin antes planear volver a verse tras el almuerzo.

Ayudado por el tremendo apetito que la caminata le había provocado , se sorprendió a sí mismo dando buena cuenta de un enorme plato de las mismas lentejas que en su casa  de la ciudad le parecían “un asco” y que sin embargo en aquellos momentos resultaban un auténtico manjar.

Salió de la casa sin terminar siquiera el postre y recorrió con la mirada el estrecho camino que conducía a la vivienda de su nuevo amigo, que ya corría a su encuentro. Tal como había prometido, traía en las manos una pelota, y pasaron la tarde jugando al fútbol, soñando que algún día serían grandes jugadores, ficharían por un equipo de primera división y ganarían un montón de competiciones.

De pronto una voz resonó en el aire, alta y clara.

–        ¡Alex! ¡Debemos irnos cariño! A papá no le gusta que se le haga de noche en la carretera.

–        ¡Pero…! – intentó protestar – ¡Apenas hemos podido jugar!

–        Cielo, sabes que tenemos un largo trecho por delante – le dijo poniéndose en cuclillas delante de él – Debemos irnos.

El tono dulce y aterciopelado con que su madre intentó impregnar aquellas palabras no le restó un ápice de tristeza al chico. Ahora que empezaba a gustarle el pueblo, ahora que se encontraba a gusto, debía irse.

Se despidió de Manuel rumiando todavía la nueva injusticia que lo devolvía a la ciudad al menos hasta el mes siguiente y se metió en el coche a esperar que su padre acabase de cargar el maletero.

El viaje de vuelta fue silencioso. Sólo su madre le recordó que Manuel aún estaría ahí cuando volviesen, y que un amigo, como tantas veces le había recordado ella, es mucho más divertido que cualquier consola.

Cuando Alex divisó los primeros edificios, el horizonte había comenzado a engullir el sol.

Su ciudad le pareció más gris que de costumbre.

19- El pueblo. Por Alexir22, 4.5 out of 10 based on 11 ratings

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6 Responses to “19- El pueblo. Por Alexir22”

  1. Luc dice:

    Un cuento infantil en el fondo y en su desarrollo, moraleja incluida. Suerte, Alexir.

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  2. Ágata dice:

    Un cuento demasiado lineal, sin sobresaltos ni sorpresas, creo que le falta un poco de conflicto.

    Suerte.
    Mi relato es el 41

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  3. Antístenes dice:

    Un pequeño drama rural que parece contado por mi difunta abuela… Lo siento… Pero al menos lo he leído hasta el final, lo que ya indica algo… Lo mismo es que yo soy de pueblo, claro…
    Suerte.

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  4. la ciudad dice:

    un relato sencillo, demasiado sencillo, pero aquí está y merece nuestra atención. suerte

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  5. HÓSKAR WILD dice:

    Los pueblos… No hay lugar mejor para desgastar la infancia. Pobrecillos de aquellos que no pudieron disfrutarla ahí.
    Mucha suerte.

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  6. Saraiba dice:

    Un relato muy simple, que coloca al niño protagonista en una posición de adolescente, en sus actos y sus pensamientos, y con una resolución demasiado brusca, esperada y facilona.
    Suerte de todos modos.

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