185-Una noche, tres vidas. Por Arturo Antúnez

Tengo pis. No tengo ganas de hacer pis, pero tengo pis. Es decir, no tengo ganas de levantarme de la cama, con lo calentito que estoy aquí, para ir descalzo por el suelo frío del pasillo hasta el baño, y encender la luz blanca que me molesta en los ojos y bajarme los pantalones y soltar el chorro. Pero mi pito está lleno de pis. Claro, podría ponerme las zapas para ir al baño. Así no me daría frío en los pies y no me pondría a estornudar y no se me taponaría la nariz y dormiría bien.

 

Es la hora. Bueno, podría esperar un poco, pero es tarde. Tendríamos que acostar antes al niño. Como se entere el psicólogo de que se nos hacen las doce de la noche todos los días nos va a caer una buena. Regularidad en los horarios, dijo. ¡Je! Si él supiera… En fin, no creo que se entere nunca. Yo no voy a decírselo y Esther tampoco. Espero. A no ser que le de la vena sincera.

          ¿Voy ya? – consulto al alto mando, hay que seguir siempre el conducto reglamentario. Para que luego digan que la mili no sirve para nada.

          No sé – mira a un lado y a otro, como si fuéramos a robar un banco –. Se acaba de acostar. Asegúrate de que está dormido.

 

Pero no tengo ni idea de dónde están mis zapas. Seguro que en el dormitorio de papá y mamá, debajo de la cama. Bueno, seguro, seguro, no, también podrían estar en la cocina. Con un poco de suerte, a lo mejor están en el baño y me las puedo poner para el viaje de vuelta y sólo me enfriaría los pies la mitad y solo me pondría a estornudar la mitad y solo se me taponaría un agujero de la nariz. Claro, que también podría llamar a papá o a mamá para que me trajeran las zapas, pero seguro que se iban a enfadar porque no las tengo aquí, y seguro que me iban a preguntar que dónde están y seguro que se iban a enfadar mucho más cuando les dijera que no sé si en su cuarto, en la cocina o en el baño o en cualquier otra parte de la casa.

 

Abro la puerta con delicadeza. Quiere crujir – por mucho que engraso las bisagras, siempre quiere crujir –, pero sé cómo sujetarla para abrirla en silencio. Experiencia que tiene uno. Muchas noches durmiendo al niño, dándole masajitos en la espalda y cantándole al oído el Himno del Ejército del Aire. La única canción cuya letra he conseguido aprenderme entera. Para que luego digan que la mili no sirve para nada. Canciones, masajitos,… como se entere el psicólogo… Tiene que dormir solo, dijo. ¡Je! Si él supiera… Ahí está, durmiendo como un angelito. En momentos como éste me dan ganas de tener media docena más. Menos mal que se pasan rápido, en cuanto cierro la puerta.

 

Casi me pilla. No he oído la puerta, y eso que siempre cruje. Me he dado cuenta de que entraba porque he visto la raya de luz del pasillo en la mesa. Si no, me pilla. Me he hecho el dormido muy bien, con la cara esa de bueno que pongo cuando hago algo y no quiero que lo sepan. Esa, pero cerrando los ojos un poquito. No del todo, porque quería ver cómo se acercaba a darme un beso. Como cuando se me cayó un diente y vino a dejarme un euro debajo de la almohada y le grité fuerte en la oreja ‘¡Te pillé, Ratón Pérez!’. ¡Qué risa nos entró! Sobre todo a mí. No puedo más de pis. Tenía que habérselo dicho, pero me iba a preguntar por las zapas… Mejor me levanto.

 

          Despejado. Podemos empezar.

          Ah, bien.

Ah, bien, pero sigue hojeando la revista.

          Podemos empezar, repito. Alfa Bravo Delta Zulú, podemos empezar.

Me mira sin sonreír. Hace años que dejó de sonreír ante semejantes gilipolleces.

          ¿Por qué no empiezas tú? Tengo que bajar a preguntarle una cosa a Raquel.

          ¿Ahora? Si son más de las doce…

          Es que se me ha pasado esta tarde. Tengo que llamar al tapicero y no tengo su número. Bueno, sí tengo su número, pero no apunté cómo se llama.

Escaqueo profesional, así se llama. Y eso que no ha hecho la mili. No digo nada, no sería justo: yo me escaqueo de fregar los platos y ella de poner los regalos de Reyes. Salgo ganando por goleada: lo mío es una vez al año, y además me gusta.

 

No creo que hayan venido ya. Si ni siquiera me he dormido. Y tienen que llevarles los juguetes a todos los niños del mundo, así que seguro que tardan un montón en llegar hasta aquí. Sólo en mi clase hay veintiséis niños y en la clase de Marta más. Y en el colegio de las primas hay muchos más niños, así que en todo el mundo tiene que haber por lo menos cincuenta o cien. Aunque claro, a Edu seguro que no le traen nada porque es malísimo. Eso es uno menos. Y ellos son tres, si se separan van más rápido. Pero si todavía no me he dormido… no puede ser. De todas formas, voy a ir a ver, por si acaso. Eso sí, muy despacito y sin hacer ruido, porque voy sin zapas y como me pillen mamá o papá se van a enfadar.

 

¡Oh, oh! Es papá. Y yo sin zapas. Mejor me voy antes de que me vea. Parece que él también está mirando si han venido los Reyes. Pero… ¿qué hace? ¿Por qué está sacando un paquete de esa bolsa? ¿Por qué lo pone debajo del árbol? Y, sobre todo, ¿por qué se está comiendo los polvorones que les hemos puesto a los Reyes?

 

¡Mierda, mierda, mierda! Es Luis. Pero, ¿qué hace aquí? Estaba profundamente dormido hace un momento. Igual no se ha dado cuenta. Di algo. Cambia de tema. No digas nada de esto. Toma la iniciativa.

          Esto no es lo que parece…

Empezamos bien. Como si me hubiera pillado con mi amante.

          Papá, ¿qué haces?

¡Mierda!

          Pueeeees… Es que me han llamado los Reyes, que van a tardar en venir, y me han dicho que vaya poniendo yo los regalos.

          Y si ellos no han venido, ¿quién ha traído los regalos?

¡Mierda, mierda! ¿Dónde se ha metido Esther? ¡Lleva media hora preguntando el nombre del tapicero! Habíamos hecho un trato: ella le explicaba lo de los Reyes y yo lo del sexo y lo de la religión.

          Los regalos… los han mandado por mensajero. Han llegado esta tarde.

Patético. ¿Dónde coño está Esther?

          ¿Los Reyes eres tú? ¿Como el ratón Pérez?

No hay solución. Parece que ha llegado el momento. Y me ha tocado a mí.

 

Tengo ganas de llorar, pero no sé por qué. Lo del ratón Pérez estaba claro. Eso es para bebés. ¿Cómo va a ir un ratón recogiendo dientes y dejando dinero? Pero lo de los Reyes, no puede ser. Además, me lo dijo Edu, y Edu siempre dice mentiras.

 

¡No! No llores… Eso no, por favor. Me acerco a él, me arrodillo a su lado y lo abrazo.

          Entonces, ¿el fantasma de la noche existe? – pregunta.

          ¿El fantasma de la noche? ¿Quién es ése?

          Edu dice que por la noche los cuartos se llenan de fantasmas oscuros, pero que a él no le dan miedo. Yo no me lo creía, porque Edu siempre dice mentiras. Pero Edu me dijo que los reyes son los padres, y es verdad. Así que Edu no dice mentiras.

Lo abrazo más fuerte todavía.

          No, corazón. Los fantasmas de la noche no existen. Edu a veces dice mentiras y a veces no. Los fantasmas de la noche no existen, y los Reyes Magos tampoco. Somos nosotros, los padres. Los Reyes, no los fantasmas.

Lo cojo por los hombros y le miro a los ojos. Le seco las lágrimas.

          Pero ¿no te parece más bonito que los que te hacemos regalos seamos nosotros, que te queremos tanto, en lugar de tres señores que vienen de muy lejos y que no te conocen de nada?

Asiente con poca convicción. Intento implicarlo un poco más.

          Y ahora que lo sabes, tienes una misión importante.

          ¿Cuál?

          Es fundamental – hablo despacio, con un tono misterioso en la voz – que las primas no lo descubran. Son pequeñas todavía, así que me tienes que ayudar a guardar el secreto. ¿De acuerdo?

Asiente con la cabeza.

          Y ahora, duerme bien para poder jugar mañana todo el día. ¿Vale?

No puede más. Las ojeras le llegan a los pies.

          ¿Me puedo llevar el parasaurolophus?

          ¿El quéééé?

Señala el bicho con cresta que he puesto debajo del árbol. Con lo que le costó empezar a hablar, parece mentira que se conozca los nombres de todos los dinosaurios del jurásico.

          ¡Claro, cielo! Llévate el paraguasloco

Se ríe. Por fin.

– Papá, no tienes ni idea.

Se va con el bicho bajo el brazo, más contento que unas pascuas.

          Y ponte las zapas.

Echa a correr.

 

Tengo ganas de llorar, pero no sé por qué. Todo ha salido bastante bien. Incluso me ha gustado hablar con él, así que, ¿por qué se me ha quedado este nudo en la garganta y este picor en los ojos? Quizás porque sé que un niño deja en parte de serlo cuando descubre el mayor secreto de la infancia. Quizás porque estos cinco minutos han marcado el final de su inocencia y porque esto le hará madurar y dudar de cualquier cosa que le digamos. Quizás porque ahora sé que he perdido al bebé que paseaba en brazos durante las largas noches de insomnio, mientras sentía el latido de su corazón en mi pecho y él mojaba mi hombro izquierdo con su saliva. Quizás porque sé que, si esta noche ha marcado el final de una etapa en su vida, también implica el final de otra en las nuestras. Esta noche Esther y yo somos más viejos, y el tiempo que ha pasado ya no se puede recuperar.

         La puerta. A buenas horas, mangas verdes. Debería limpiarme la cara y sonarme la nariz. Pero paso. Que me vea y que no sepa lo que ocurre, y que cuando se entere se sienta culpable.

          ¿Qué pasa? – me mira asustada. No contesto.

          ¿Qué pasa, cielo?

No contesto. Que no sepa lo que ocurre, y que cuando se entere se sienta culpable.

          No me digas que Luis te ha pillado.

Intuición femenina, se llama eso. Qué listas son, las jodías. Bueno, ya lo sabe, pero sigo sin hablar. Por lo menos, que se sienta culpable.

          Pobrecillo. Pobrecillo Luis. Y pobrecillo, mi marido.

Que se sienta culpable.

          Nuestro hijo es medio hombre – contesto, sorbiéndome los mocos. ¿Para qué coño quiero que se sienta culpable? En realidad lo que quiero es que me abrace y me consuele. Me abraza.

          Y te toca explicarle lo del sexo. Y lo de la religión.

Se ríe. Me consuela.

5 comentarios

  1. Aunque el tema no es demasiado original, la ejecución es muy buena y el relato se lee sin que te abandone la sonrisa los labios.

    Enhorabuena.

  2. Excelente la construcción de la historia. Pero me queda una duda ¿Seguro que los reyes son los padres? La magia deja de existir cunando uno cesa de creer en ella. Mucha suerte.

  3. Arturo Antúnez

    Muchas gracias por vuestros comentarios, Hóscar y Valentina. Llevaba una semana sin poder consultar la web del concurso y al volver me ha alegrado mucho comprobar que hay tanta participación y opiniones. Resulta bastante frustrante colgar textos por ahí y ver cómo caen instanténeamente en el olvido literario-cibernético. Yo también espero poder empezar a leer y comentar relatos hoy mismo. Los primeros, los vuestros, en señal de agradecimiento. Hasta luego.

  4. Tierno y hermoso tu cuento, Te felicito Arturo Antúnez, tienes pocos comentarios pero me alegra que tengas 17 votos, que sean más.

  5. Arturo Antúnez

    Me alegro de que te haya gustado, Encadenados. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.

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