174- Sólo quería Besarte. Por Hóscar Wild

Así, no temas. Déjate llevar. Todo irá bien. Tranquila, tranquila. Tan sólo quería besarte. ¿lo entiendes ahora?

 

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Lo deseé desde el primer momento en el que te vi mientras caminabas por la Plaza de Oriente, hace apenas un mes, en las postrimerías de aquella fría tarde de mediados de febrero, cuando las sombras de los transeúntes se alargaban como estiletes sobre las aceras y los farolillos de los restaurantes comenzaban a salpicar de reflejos ámbar las escasas mesas veladoras.

 

Te detuviste delante de mí, distraída, sin mirarme, con el cuello del abrigo de piel alzado,  protegiendo tu cabello rubio y frágil. Coqueteabas con el teléfono móvil, susurrándole palabras al tiempo que paseabas la vista sobre la mercancía que tenía extendida a mis pies, un puzzle multicolor de artículos cuidadosamente dispuestos sobre una manta.

 

Solté mi letanía. Los discos, uno, tres euros; dos, cinco. Las películas, una, seis euros, dos, diez. 

 

Fue en ese instante cuando alzaste la cara y pude ver tus ojos. Los más bonitos que jamás había contemplado. Del mismo azul, intenso y profundo, que el cielo que cubría cada primavera mi aldea, tan lejana hoy de mí. Llenos de vida, igual que la sonrisa que dibujaste con tu boca de labios delicadamente perfilados en rojo. Sentí tu perfume, dejé que entrara en mí, me llené de él. No rehuiste mi mirada como hacía el resto, ni retiraste tu mano, apresurada, cuando te di la vuelta, para que mis dedos gruesos y  toscos no rozaran los tuyos, tan finos, tan suaves, que se me antojaron transparentes. Guardaste el disco en el bolso y te alejaste sin mirar hacia atrás, atendiendo otra llamada de teléfono, riendo. No tuve la oportunidad de decirte nada más. Allí me quedé. Impávido. Siguiéndote con la mirada hasta que desapareciste, del mismo modo que el sol se ocultaba tras la frondosa arboleda de la Casa de Campo.

 

Aquella noche no dormí.

 

No quería cerrar los ojos por el temor de que, si lo hacía, mis párpados arrastraran tu figura. Te imaginé a mi lado, compartiendo un café y dándote las gracias por la forma en la que me miraste, como a un ser humano porque ¿sabes? lo peor no es que lo hagan con desprecio o de una forma altiva; lo peor es que te ignoren, que desvíen la mirada, como si estuvieran avergonzados de comprar a un negro con cazadora negra y con gorro negro. Te dije que lo que más duele es sentir que no perteneces a ningún lugar, que no existes y que la frontera entre tus deseos y el resto del mundo es tu propia piel áspera. Que lo que hiere como alfileres de fuego clavándose en el alma, es escuchar  una y otra vez términos que no acabo de comprender: ‘cupos’, ‘sin papeles’,  ‘expulsión’, ‘permiso de residencia’, ‘repatriación’….

 

Hablaba y hablaba. Tú escuchabas. Entendías.

 

A este primer encuentro siguieron otros. Y a mí me parecía que cada vez que te acercabas para comprar me dedicabas un poco más de tu tiempo. Que no me esquivabas y que buscabas mi tacto, demorando unas décimas de segundo tu mano sobre la mía. A veces me saludabas con el brazo en alto desde la distancia y yo me sentía el hombre más afortunado del mundo. Otras, simplemente, te parabas para preguntarme qué tal me iba y yo intentaba obsequiarte, nervioso y excitado, con la mejor de mis sonrisas. Quizá por eso, o puede que fuera por la necesidad que tenía de sentirme acompañado, no me extrañó que me pidieras que te acompañara a tu piso.

 

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Ahora estamos aquí. Solos. Los últimos rayos de sol atraviesan como cuchillos las rendijas de las persianas a medio echar, rasgan la penumbra de tu dormitorio y se clavan en la descolorida colcha que cubre el lecho. La ventana está entornada y se filtran, apagadas, las voces de los paseantes de la calle Mayor.

 

Estoy temblando. Siento como el sudor se desliza por la palma de mis manos. El temor y el deseo atenazan cada centímetro de mi cuerpo.

 

Te quitas el abrigo, te descalzas y es entonces cuando me doy cuenta de lo menuda y delicada que eres, como una muñeca de porcelana. Dudo unos instantes antes de acercarme a ti, muy despacio, inseguro, haciendo crujir el entarimado del suelo con mis pesadas botas. Tengo miedo de que salgas corriendo, que desaparezcas, que no existas, de que este sueño finalice bruscamente.

 

Acerco mi boca a la tuya. Te alejas un paso, sorprendida.. Pones tus dedos sobre mis labios y me dices que a una chica como tú no se la besa, que puedo hacer cualquier cosa, lo que quiera,  menos besarte, que vaya desnudándome, que al fondo del pasillo está el servicio, que me lave y que deje el dinero encima de la mesilla. 

 

Un fogonazo de luz me atraviesa el pecho y ciega mis ojos. Ahora lo entiendo todo. Ahora lo veo claro. Brutalmente nítido. No hay paraíso al otro lado del muro coronado de alambre de espino, ni esperanza, ni futuro. No hay nada. Sólo el vacío más absoluto.

 

Te miro fijamente y, antes de que puedas reaccionar, mis dedos se hunden como garfios en tu garganta. Puedo ver tu cara de sorpresa, tu sonrisa truncada en una agria mueca, tus manos delgadas y blancas agarrando mis muñecas con fuerza. Aprieto más, hasta que me duelen los pulgares. Noto  tus pies despegados del suelo, pataleando con rabia, con furia,  contra mis piernas. Tus dedos trepando a arañazos por mis brazos, clavándose con desesperación, ascendiendo por mi cara,  alcanzando mis mejillas y dejando jirones de piel entre las uñas. Pero no siento dolor, no siento nada. Tan sólo como poco a poco te vas acercando a lo inevitable. Mi cara a escasos centímetros de la tuya. Tus ojos abiertos de forma desmesurada, implorando compasión.

 

En tus pupilas puedo ver reflejado mi propio rostro. Mis ojos negros, surcados por un reguero de hilos ocres por donde se desborda el odio contenido de siglos de esclavitud; mi nariz achatada, golpeada por el dolor de la indiferencia; mi boca jadeante, igual que la tuya buscando aire, oscura y profunda, como aquella noche en la que el viento cambió y el mar enloqueció, quebrando la línea del horizonte, zarandeando el cayuco, salpicando de espuma helada nuestros cuerpos helados, ahogando con sus rugidos nuestros gritos de miedo, arrastrando a su tenebrosa profundidad seis almas, seis vidas, y mil sueños. Tus manos como grilletes de piel y huesos alrededor de mis muñecas, aferrándose a la esperanza de vivir. Veo la luz de tus ojos fundiéndose con la tarde…

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Así, no temas. Déjate llevar. Todo irá bien. Tranquila, tranquila. Tan sólo quería besarte. ¿lo entiendes ahora?

 

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Tienes el aspecto de una marioneta a la que hubieran cortado los hilos. Desmadejada, sentada grotescamente en el suelo, con la mirada en blanco perdida más allá del techo de la habitación. 

 

Me siento a tu lado. Respiro pesadamente mientras contemplo el espeso charco que se va formando con la sangre que mana de mis muñecas abiertas. Cierro los ojos. Me abandono a la oscuridad. Vienen a mi recuerdo en este momento las historias que me contaba mi padre, de madrugada alrededor de una hoguera, sobre el viaje que todos debemos emprender hacia la otra orilla. Las mismas leyendas que perduraron a lo largo del tiempo, pasando de una generación a otra durante siglos. Oigo la voz de mi madre, siempre cálida y dulce, regañándome por estar holgazaneando asomado a la puerta de la choza mientras ella cocina. Escucho como rugen incansables los tambores en los días de ceremonia  y su eco grave multiplicado por las montañas. Veo de nuevo mi tierra sedienta y allí, en el fondo, una silueta indefinida, rodeada de un halo de tenue luminosidad.

 

Eres tú, sonriéndome, con los brazos extendidos, invitándome a caminar hacia ti.

 

Sé que ahora no me rechazarás. Sé que podré, al fin, poner mis labios sobre los tuyos. 

77 comentarios

  1. Pues lo dicho, Capitán Book, mi más sincera enhorabuena por estar entre los finalistas y gracias en general por tus amables comentarios.

  2. Gracias Carlos, por dedicarnos tu precioso tiempo. Te mereces estar entre los diez mejores y te deseo mucha suerte. Siempre te imaginé atractivo, inteligente, educado, con sentido del humor y bueno, parece que no me equivoqué. Siento no poder ir a la cena para conocerte. Un abrazo.

  3. Enhorabuena por estar entre los finalistas de Amor en el tiempo. Suerte.

  4. Me gusta tu gato, yo también tengo una… «Marilyn» ¿estará asociado el tener gatos a las características intrínsecas del dueño… ? Enhorabuena… doblemente seleccionado… ¿Que mas se puede pedir? Con todo mi cariño a la persona que ha dedicado uno de los mas bellos comentarios que podría esperar un cuento… Mucha suerte!!

  5. Hóskar (Carlos). Quiero mandarte, aunque sea por este medio (si esto es posible), un abrazo grande por tu premio. Enhorabuena. Saludos cordiales.

  6. Felicidades por el premio, mi generoso amigo.

  7. GENEROSÍSIMO HÓSKAR. Un poco tarde, pero te felicito por ese segundo lugar, desde un principio te perfilaste como uno de los ganadores y que bueno que así fue. Ya me da pena, a estas alturas, estar enviando comentarios, pero este se hacía necesario

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