92-Spira Mirabilis. Por Cozumel

Galileo describía el Universo como un libro escrito en el lenguaje de las matemáticas, un jeroglífico de figuras geométricas. Aplicando esto y según mis cálculos, el resultado de la distancia entre países es inversamente proporcional a la cantidad de veces que una persona la recorre. Con una fórmula similar había hecho una medición de las fronteras y había llegado a la conclusión de que cada una de ellas se ensancha como una banda elástica y lo hace en forma de espiral logarítmica. La mano que dibuja cada uno de sus lados es la mano de nadie. Retratos sin autor. 

La espiral es la Naturaleza del ser vivo. Cuando el halcón se lanza a capturar a su presa lo hace en forma de espiral, ya que el ángulo adecuado para su visión coincide con el grado de esta curva. La misma forma del látigo de los huracanes y ciclones.  Incluso la Vía Láctea, nuestra mirada hacia el Universo, tiene cuatro brazos, cada uno de los cuales es una espiral. 

Había llegado a Italia con un guión a medio resolver sin la forma del lápiz. En el albergue de Venecia, donde curé la primera resaca de mis pies, tuve las primeras palabras al otro lado de mi cuaderno de viaje. En ocasiones se habla más y más sinceramente con la gente que no te conoce. Allí se alojaba Claudio, que me contó un cuento de amor, el de Amaya, el cañón de su carne. Durante mucho tiempo la esperó en su propia distancia, sin saber de que calaña eran sus dudas. Ella sólo decía nada. Y él se quitó de golpe todo el peso del plomo de los pies. Ahora se resarcía con días de más de veinticuatro horas. Se refería al avión como “máquina de sustracción de tiempo” y viajaba en el sentido contrario a los meridianos terrestres para robarle algunas horas a los días que había pasado con ella.  

Aquella noche constaté que al final la CNN había acertado con las predicciones meteorológicas, a pesar de que el sol diurno la acusaba de mentirosa. Y tenía su encanto aquello de sentirse en una isleta con el cielo en plena contienda nocturna. Sin embargo, lo que me despertó aquella vez no fue la tormenta, sino un mosquito que quería contarme secretos al oído. Por fortuna, mi sangre no le sedujo, aunque sí me hizo un robo absurdo, quitándome parte de sueño, sin ni siquiera quedárselo.

Uno de mis amigos me había convencido hacía ya tiempo de que la mejor manera de sobrevivir al insomnio es no intentar llevarle la contraria, así que saqué “La intimidad de la serpiente” de Luis García Montero y reproduje una de las poesías en una hoja arrancada de cuaderno. Para Claudio, de García Montero, de parte de Diana. La porción de luz correspondiente a mi litera delató al mosquito, que confesó la trayectoria de su vuelo, en ángulo constante hacia la bombilla. El trazo inconsciente de otra espiral.

Venecia se me hizo un laberinto de salidas frustradas por el agua. Sin embargo, no me olió tan mal, como se quejaban otras voces. Quizá el hedor de los canales se fue hace ya tiempo y se llevó a los venecianos consigo. Uno se pregunta todo el tiempo donde están las personas que viven allí, si habitan debajo de la sombra de algún turista. Venecia me recordó a un decorado de película, con el encanto de las flores y la ropa tendida.

Nápoles, en cambio, se exhibía con suciedad y tráfico con poca ley. En las paredes, el dramatismo que caracteriza muchos aspectos del país; carteles de esquelas junto a explosiones de amor… ¡Viviana, ti amo!

Y Leo, que compartía conmigo el mismo país de origen. Era  profesor de español para extranjeros y viajaba con un libro para niños en Italiano, titulado  Scopri Cos´é (Descubre qué es) y en cuya portada había una mano dibujando una espiral. En el reverso, la espiral desvelaba un caracol y decía… insieme a me! Conmigo. Una invitación a descubrir. Una mañana, mientras compartíamos una caja de cereales y la ausencia de un brick de leche, me contó que el libro de las formas había sido el regalo de Gabi. Ella  había sido su resorte de despegue.

A Gabi la había traido la lluvia desde Polonia, para pedirle a Leo la letra de una canción. Algunos caracoles competían en una carrera involuntaria animados por el himno de unos niños en un parque de Madrid. Leo escribió en su cuaderno a medio desmembrar. Caracol col col saca los cuernos al sol que tu padre y tu madre ya los sacó. Igual que hacía con sus alumnos, Leo le advirtió a Gabi sobre la no concordancia del verbo. Gabi llegó a la conclusión de que el verbo estaba en singular por el carácter del caracol, que al ser hermafrodita, hacía de madre y padre de forma indistinta. Cuando Leo le preguntó donde vivía, ella se señaló la mochila y le contestó que donde viven los caracoles cuando no llueve. (Pero, ¿hay caracoles cuando no llueve?).

Gabi miró la lluvia aquella noche desde los cristales de Leo. Hablaron de espirales, de cómo era aquello de caminar hacia fuera. Leo era de los que dibujaban espirales al revés y esperaban de noche que llegara la noche. Ella le dijo que a quienes saben donde acaba la espiral les crecen los deseos hacia dentro.

Por la mañana Gabi le dejó el libro que ahora llevaba Leo en su mochila y otro regalo. Lo segundo quedó en forma de misterio por aquel entonces y yo entiendo que hubiera sido como enseñar un relato a medio escribir. Al fin y al cabo, Italia se aparecía como una sola calle en el tejido de una bota.

Italia, Leo y los caracoles fueron escribiendo mi guión.

Roma, que es de bienvenidas grandiosas, me recibió con la Luna colgando del Coliseo como un satélite. Las cenas de Roma se resolvían en un tupper para dos con cinco tenedores y palabras de sobremesa que se pegaban a mi relato hecho de velcro. José el salvadoreño me hablaba de Florencia y su sueño de pintar el Duomo de la ciudad desde la ventana de su cuarto. Le dije que la línea de su mano tenía forma de espiral. Le di mi sonrisa medio robada de Gabi. Él lo entendió todo. Los dos soñamos esa noche con una ciudad que no conocíamos y amábamos en futuro.

Quise parar un rato en algún pueblo italiano. Hice un casting de fotos apresuradas y Orvieto salió seleccionado. Reservé una cama en una Casa di Campagna y una cita con el sol antes de irse. Como la distancia real en llegar a un hostal italiano es duplicadamente proporcional a los metros descritos en Internet, el camino resultó ser de diez kilómetros. La Casa di Campagna que yo había reservado por Internet estaba en mitad de lo que yo apoyaba con convicción Toscana. Más adelante Paolo, en uno de los giros de un guión con prisa, me aclararía que Orvieto no estaba en la Toscana, sino en sus confines, la Umbría. Me perdí sin desesperación. Hansel sin Gretel, llamé a la puerta de un señor que fabricaba las burbujas de un tomate en su cocina, se llamaba Paolo y me daba a oler una especia que servía para cocinar caracoles. Dos gatos me daban latigazos en la pierna: Silvestre y Principessa. Era el tópico de una película con la incredibilidad de ser real. 

Paolo me condujo en su machina a lo que tenía que ser mi alojamiento de esa noche. El recibimiento consistió en una puerta sin nadie al otro lado. Las circunstancias, un pueblo pequeño donde los nombres se conocen y la amabilidad de Paolo, se juntaron para que yo encontrara al dueño de la Casa di Campagna. Era un tal Mauro, que paseaba su indiferencia en frente de mí. Él decía haberme escrito un e-mail cambiando mi reserva de su hostal en la Campaña a otro hostal del pueblo, también regentado por él. Yo le expliqué que aquello de mirar el correo electrónico todos los días no era cosa de la realidad del viajero, pero él sólo entendía mi mezcla de italiano, español e inglés a ratos interesados.

Orvieto se reconcilió conmigo envolviéndome en su atardecer y regalándome las ganas de volver.

Florencia se duplica en el agua que se desliza debajo del Puente Vecchio.  El reflejo más bonito del mundo. Y un final que se alarga hasta el horizonte de la espiral.

Nutella, Huevo Kinder, Higo, Frutas del Bosque, Fresas, Nata, Nata con nueces, Nata con Chocolate, Chocolate, Avellana, Ferrero Rocher, Manzana, Melón, Vainilla, Naranja, Tiramisú, Almendra…. y la combinación de todos ellos. Los helados italianos. A un ritmo de pareja por día, inspeccionaba sus sabores.

En la facultad de biología vi una placa en honor a Leo Pardi. Le devolví el guiño y mi amigo de Nápoles llenó mi recuerdo. Me dediqué a buscar Leos por toda la ciudad y encontré la calle Leone,  las esculturas de leones en los museos, en los cuadros de los Uffizi, las camisetas con leones impresos, la presencia de Leonardo Da Vinci… Leo estaba en cada esquina. También elegí una casa para José, con buenas vistas, para que pintara un cuadro del Duomo para mí. Lo había visto y yo también quería tener uno en mi ventana.

Florencia está llena de artistas, dentro y fuera de los museos. En las plazas, la gente pinta, en lienzo, en cartulina, en el suelo… Otros hacen malabares, espectáculos con marionetas, provocan la risa de los paseantes con las palabras, los gestos…  El senso humorista. Así llaman los italianos al sentido del humor. Como si fuera una tendencia artística.

En la Piazza di San Lorenzo me acerqué a un grupo de curiosos. Me abrí hueco entre el círculo de participantes y me agregué al juego.

Me llama Lillian ¿e tú? ¿coma te llama? Me llamO Leo ¿Y tú ? ¿cómO te llamaS? Y me tiró la pelota. Me llamo Diana. Me miró con la sonrisa de la casualidad. ¿y tú? ¿cómo te llamas? Se la pasé al chico que había a mi izquierda. Me llamo Benoit ¿e tú? ¿cómo te llamas? Llevaba, como siempre, el libro. Otra vez la pelota y el asombro de Leo en el aire. Me llamo Isil ¿y tú? ¿cómo tu llamas? Al otro lado de su mochila se extendía, abierto en el suelo, un mapa con una espiral dibujada que lo cubría de esquina a esquina. Me llamo Alice, ¿y tú? ¿cómo te llamas? Un Leo en cada esquina…. ¿Y tú? Me llamo Yoshimi. Una calle. Alice. Caracol. Emel. Col, col. Mathieu. Que tu padre y tu madre. Nicola. Ya los sacó.  Me llamo Gabi.

La sección áurea, una de las protagonistas del arte del Renacimiento, se consideraba la relación perfecta de todas las relaciones matemáticas y la llave a la física del Cosmos. Coincide, además, con la distancia entre las espiras de la espiral logarítmica. También llamada espiral de crecimiento y descrita por primera vez por Descartes, esta curva fascinó al matemático Jacob Bernoulli, quien la bautizó con el nombre de Spira Mirabilis, la espiral maravillosa.

Regresaba con un guión acabado en un cuaderno de viaje. Finito.

2 comentarios

  1. Interesante tu escrito, se deja leer, pero no encontré un cuento, una historia, mas bien me pareció la crónica de un viaje. Pero esta es mi humilde opinión, espero que tengas muchos más comentarios, estos sí, mejores que el mío. Felicidades

  2. Precioso, preciso, mágico, envolvente. El perfecto relato en espiral que te acoge desde el primer párrafo y te lleva a lomos de una línea invisible que cruza la Italia atemporal. Me ha dejado un estupendo sabor de boca. Enhorabuena y mucha suerte.

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