188- El marqués y su escudero. Por Diophines

DESCALIFICADO para el premio del público

FUERA DE CONCURSO por petición del autor.

Con el ceño fruncido, mostraba su disconformidad por lo acontecido unos minutos antes. No le gustaba esperar a nadie y el chirrido de una vieja puerta de madera al abrirse transformó su desairado rostro. Ambos se miraron a los ojos, satisfechos, y con manifiesta complicidad en sus pensamientos.

—Si ya dejaste los caballos a buen recaudo y con abundantes pastos, vamos a beber vino, que hora es. Como escudero dejas mucho que desear, no puedes intervenir en mis tratos sin previa autorización… —le reprochó al recién llegado, sin dejar de caminar.

—La caballeriza no era ni el lugar ni el momento para mendigar, señor.

—Quien mendiga es un mendigo, joven escudero, y es obvio que yo no soy ser de tal calaña. Poseo una barriga exagerada y un cuerpo algo calumnioso, consecuencia de los placeres que Dios me concede. Mas tu escuálida figura sí que es digna de un mendigo.

—Permítame vuestra merced decirle que su presencia es de señorío, nadie lo pone en duda, porque tener una buena cavidad abdominal es sinónimo de buen comer.

—Precisamente porque soy un señor me he negado a pagar, el lugar estaba repleto de bichos repugnantes.

—Excelencia, sólo aprecié un único insecto nocturno y corredor, de unos tres centímetros y de color negro, con antenas filiformes, las seis patas casi iguales y el abdomen terminado en dos puntas articuladas.

—¿Te parece poco semejante monstruo?

—Señor, era una simple cucaracha escondida detrás de los bebederos, algo común, pues habita en sitios húmedos y oscuros.

—¡A mí me pareció un monstruo horrible y no hablemos más del asunto! Yo pago en acorde a los servicios que le ofrecen a mi caballo. Un purasangre no se puede quedar en un establo mugriento y asqueroso.

—A cualquier cuadrúpedo viejo, terco y tozudo se le llama purasangre…

—murmulla el escudero.

—¿Estás poniendo en duda la belleza de mi caballo?

 —Nunca me atrevería a tal barbaridad, excelencia. Sólo hablaba del equino.

—Ah, en ese caso vale. Incluso te diría algo más, para cucaracha el encargado de esa pocilga y no el bicho tan raro que tú has descrito.

—Su deplorable actitud a base de gritos y palabras mal sonantes para no pagar el miserable real que le exigían, me hizo sentir vergüenza de vuestra merced.

—No te comprendo, explícate mejor, te lo exijo. Y sin insultos, que por Dios juro que te degrado a mozo de cuadra.

—Se puede ser marqués por título, sin dejar de ser un mendigo de la vida. Y del mismo modo, un mendigo de nacimiento puede comportarse con la altivez de un señor en sus modales.

—Rara vez un mendigo mostrará modales de señor; ni siquiera un escudero como tú, que tienes más de villano que de escudero. Hasta tu pelambrera muestra las secuelas de un ejército de piojos… ¡Qué asco!

—Perdone mi atrevimiento, señor. El mendigo es una persona que habitualmente pide limosna para sobrevivir y que acostumbra a compartir habitáculo con todo tipo de animales, insectos y cualquier otro espécimen que su excelencia pueda conocer. Durante una etapa de mi vida fui mendigo, de ahí mis secuelas piojeras. La diferencia estriba en que su señoría mendiga con insolencia para obtener más riquezas, sin importarle los piojos de los necesitados.

—¿Te atreves a llamarme insolente o quizás me estás llamando piojoso? —Le miraba inquisitivamente—. Te recuerdo que con un solo movimiento de mano te mando a los calabozos.

—¿Y con quién se iba a desahogar su excelencia?

—¡Con la madre que te parió! Serás cretino.

—Perdone, señor. No era mi intención ofenderle. Sólo el estúpido o necio es un cretino, calificativos que tampoco me corresponden. Intento llamarle mendigo descarado, nada más, con la humildad que me caracteriza, por supuesto.

—Tú tienes de humilde lo que yo de pobre… ¡No te acerques tanto, que apestas! Quédate a cierta distancia o camina detrás de mí. La plebe tiene que verte como lo que eres, un simple escudero, nada más. Mi reputación es importante. Sabes que con mis tierras nunca podré ser un mendigo.

—Yo no hablo de tierras, señor. Hablo de la parte inmaterial del hombre por la que piensa o siente. Hablo sólo de su espíritu. Es usted un mendigo de espíritu descarado.

—¡Y tú eres una mierda de escudero, que me estás dando por culo con tanto descaro! Desconozco el significado de todo lo que me dices y creo que como buen granuja, sólo intentas liarme.

—Lamento que mi señor piense que intento darle a la mentira apariencia de verdad. De un pobre hombre no se puede esperar otra cosa.

—¿De quién hablamos?

—De un ser racional perteneciente al género humano, caracterizado por su escasa inteligencia y su lenguaje viperino.

—¿Y ese quién es? —le preguntó extrañado

—Usted, excelencia.

—¡Serás bellaco! Yo soy rico y poderoso. No te olvides que ostento el título de marqués de la Ensaladilla por parte de padre y dueño del ducado de las Croquetas Caseras por parte de madre.

—Por supuesto, señor, con tantos títulos es usted tan poderoso como su riqueza le permita ser, y tan mendigo como su pobre espíritu le impida crecer.

—Joder con el filósofo… ¿Quién me mandaría a mí contratar a un escribiente muerto de hambre como escudero? Vamos, que continúo sin enterarme de nada de lo que has dicho. ¿No tendrás un ejemplo para ilustrarme?

—Faltaría más, señor. No hay mejor ejemplo que nuestro apreciado y querido Cristóbal Colón.

—¿Qué rehostia tiene que ver Colón con esta historia?

—Todo, estimado marqués de la Ensaladilla y de las Croquetas Caseras. Aquello que sirve de modelo imitable o eludible, según se considere positivo o negativo, es un buen ejemplo.

—No te he autorizado a tanta confianza. ¿A qué viene lo de estimado? Porque lo demás es que no lo he entendido.

—Por el afecto que le tengo.

—Yo elijo a quién regalarle mi afecto, y hasta ahora a ti no te lo he concedido. Continúas siendo un escudero a secas, sin afecto.

—Perdone su excelencia. El aprecio o afecto no se regala, es algo que se siente. El que usted no valore mis servicios no es impedimento para que su humilde escudero le tenga aprecio.

—Perdonado quedas y arrepentido estoy de traerte conmigo, porque ya me aburres.

—No se aburrirá, será una explicación tan elemental que incluso vuestra merced, marqués de la Ensaladilla y de las Croquetas Caseras podrá comprender.

—Antes de explicarme nada, cuando estemos solos, no hace falta que repitas constantemente todos mis títulos, tantas ensaladillas con croquetas caseras se terminan por aborrecer.

—De acuerdo, señor. Ahora le explico lo de Colón, si a su excelencia le apetece.

—Explícate de una vez, pardiez, que me estás dando el coñazo con el huevo de Colon y la madre que lo parió.

—Perdone su excelencia mi atrevimiento, pero el huevo es un cuerpo ovalado que producen las hembras de algunas especies animales, y Cristóbal es el nombre que se le asigna a una persona para diferenciarla del resto.

El puño del marqués impacta de lleno en el rostro del escudero que cae fulminado en el suelo.

—¡Y este golpe con la mano cerrada que se estrella en tu nariz se llama puñetazo rompe huevos! ¡Estoy hasta los huevos de ti y de tus constantes palabrerías que sigo sin entender, y que no sé si me insultan o no! Y me importa un huevo lo que hiciera Colón con tu pu… pobre madre, ¡Manda huevos lo que tengo que aguantarte!  ¡Levanta y sigue caminando! Una buena jarra de vino te aliviará el dolor, ¿Por qué nos mira la gente? ¿Cómo son tan osados de mirarme con tanta fijeza? ¿A que desenvaino la espada y no dejo a uno vivo?

—Tranquilícese vuestra merced, que no pasa nada. Ya me he olvidado del puñetazo y sus dolores.

—Pues yo no, y no estoy para bromas…

—Sigamos nuestro camino y no nos fijemos en los demás, que siempre que lo hacemos salimos escardados.

—Está bien, escudero, vayamos en busca del vino.

Tan solo un par de minutos aguantaron en silencio.

—Ahora que ya estoy más tranquilo, te ruego que me cuentes lo de Cristóbal Colón.

—¿Sin puñetazo rompe huevos? —le pregunta nervioso el escudero.

—Sin puñetazo rompe huevos…

Cristóbal Colón, con la clase de un aristócrata, tuvo que mendigar a la reina Isabel para salir a conquistar otras tierras. La reina Isabel, con la bajeza de una cortesana, tuvo que mendigar a Cristóbal Colón para quedarse con todas las riquezas de dichas conquistas.

—Interesante deducción, querido escudero, pero incompleta, porque parte de esas riquezas pasaron al marqués de la Ensaladilla, que como sabes, soy yo.

—Por supuesto, señor, por eso llevo razón desde un principio al decir que usted es un mendigo.

—¡Ya está bien! De nuevo me cansas con tus impertinencias. Si lo que deseas es insultarme llamándome mendigo, que sepas que no lo has conseguido. Ahora dejémonos de pamplinas y entremos en esta posada para beber vino y tocar las nalgas de la mujer del posadero. Tú la distraes y yo le meto mano.

—A mí no me importa que usted manosee cada una de las dos porciones carnosas y redondeadas que constituyen el trasero de la bella esposa del posadero, siempre que me deje utilizar su arma blanca, larga, recta, aguda y cortante. Lo digo para defenderme, que las tortas me las llevo yo.

—¿Yo tengo eso? Joder, ahora comprendo por qué se ponen tan cachondas cuando me ven aparecer.

—Me refiero a su espada, señor. Su incultura cada vez es más apabullante.

—Nada, nada, para eso te pago, escudero, para que recibas las tortas. Y mi incultura es parte de mis riquezas, así que ni se te ocurra tocarla.

 

Una vez dentro, pudieron elegir mesa donde sentarse. Aún era de día y con el calor la gente esperaba hasta después del atardecer para salir de sus casas.

—¡Moza, tía buena! Una jarra de vino para este escudero de mierda y otra para el marqués de la Ensaladilla, que soy yo.

El camarero, con la cara descompuesta, descolgó el teléfono con toda rapidez:

—¿El psiquiátrico? De nuevo tengo aquí a esos dos locos… —dice en voz baja y temblorosa—. ¿Que lo sienten? A la próxima llamo a la policía, es la tercera vez en lo que va de mes que se escapan… ¡No, no son inofensivos! Sí, claro, hasta que se toman la botella de vino y se creen que son el Quijote y Sancho Panza y a mí me confunden con un molino de viento… ¿Hoy no están violentos? Pues el gordo me está mirando con unos ojillos que no me gustan nada. ¿Que ya vienen dos enfermeros para el bar? Que sea verdad, sólo están a cinco minutos y la última vez tardaron más de media hora.

 

—¿Sólo vino desean los señores? ¿Nada para rebajarlo un poquito?

—Obedece a mi escudero, buena moza, trae vino, que el marqués te va a enseñar lo que es una ensaladilla bien hecha. Acércate sin miedo, acércate, que a mí me gustan las mujeres velludas, como tú.

—Yo diría, sin ánimo de ofender, que posee un gran y poblado mostacho en el labio superior —comentó indiferente el escudero.

—¿Por qué no te callas? Cuándo traiga el vino dejas caer algo a sus pies, que se vea obligada a agacharse, ¿comprendes?

—Pero señor…

—Limítate a obedecerme y no seas más rebelde.

—Señor, intento decirle que acaban de llegar dos individuos vestidos de blanco, con expresión de pocos amigos, portando en sus manos una camisa fuerte abierta por detrás, con mangas cerradas en los extremos, que se utiliza para sujetar los brazos de la persona a quien se le pone.

—¿Me estás hablando de mis sastres?

—No precisamente, señor.

—Bueno, dejemos los placeres de la vida y atendamos a estos dos señores como se merecen. En otra ocasión cumpliré con esta bella moza.

—¡Bigotuda moza, diría yo!

—¡Qué pelma, Dios mío! Anda, vamos de una vez, que nos van a llevar gratis al hotel.

74 comentarios

  1. Al margen de los últimos acontecimientos, quiero decirte que tu relato es, sin ningún género de dudas, de los mejores del Certamen y debes estar satisfecho y orgulloso por ello. No entiendo por qué se han dejado de poner comentarios, que enriquecen mucho más que los votos. Deseo que no caigas en la trampa fácil de buscar fantasmas y tengas paciencia. El tiempo pone a cada uno en su lugar. Un abrazo.

  2. Hoskar, muchas gracias por tus palabras de aliento. El daño moral ya se ha producido, pues no he hecho trampa, jamás en mi vida hice trampa. Mi unico pecado ha sido promocionar mi relato en mi lista de contactos, nada más. Tenía 65 votos, y casi tantos comentarios como votos ¿también me inventé yo los comentarios? No es justo que actuen de este modo, cuando además, la organización sabe (los motivos aqui no los puedo exponer) que yo no hago trampas. He intentado retirarme, pero por ahora, tampoco me conceden ese honor, asi que me tengo que aguantar y en otra ocasión pensar dos veces si merece la pena enviar un relato a un certamen de estas caracteristicas. Pero como te dije antes, muchas gracias por tus animos.

  3. Lamento en el alma que hayas retirado el relato, me encantaba, de hecho pensaba incluirlo en mi lista de favoritos para la quiniela que se organiza en los foros. Sinceramente hubiera preferido que llegaras al final pero has tomado una decisión y ninguno de nosotros somos quién para juzgarla. Te reitero nuevamente mi admiración… por supuesto, sigue escribiendo…

  4. Diophines, lamento que ya no estes en este concurso por decisión propia. Entiendo lo dificil que debe ser que te traten como un trampoco sin serlo. Ese «Descalificado del voto del público» con gruesas y sanguinolentas letras rojas me recuerda a la novela «la letra escarlata».

    Ojala que en el futuro nos encontremos nuevamente en las lides literarias y probemos nuestras armas en otro escenario y que en esa ocasión: gane el mejor…

    Mucha suerte.

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