V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

6 marzo - 2008

22- La caracola. Por Anhelos de una tierra

Cuando estas lejos de tu ciudad, cualquier sonido o cosa, sea cual sea, te ayuda y te acerca aun más a ella, y refuerza doblemente el anhelo y amor.

No eran tiempos buenos para la economía familiar, y se notaba, porque cuando no iban bien las cosas, mi padre tardaba más de la cuenta en volver a casa. Puedo asegurar si cabe, que mi padre mataría antes de probar una sola gota de alcohol, rotundamente, lo odiaba, a pesar de ello, cuentan que lo habían visto apoyado con una mano en la pared de cara a ella, como aguantando ese lugar. Me prometí a mi mismo al día siguiente, seguirlo y averiguar realmente que es lo que tanto lo martirizaba.

Así pues al día siguiente, esperé que saliera de su taller en donde hacía fogueras y lo seguí de lejos por entre las callejuelas del casco antiguo de mi ciudad, pues tampoco había  demasiada distancia desde su taller hasta mi casa, una planta baja en el corazón del arrabal. Llevaba algo bajo su brazo envuelto en un trapo, no parecía muy grande.

Bajó por la rambla, por donde transcurren todos los desfiles oficiales en las fiestas de fogueres. Llegó a la plaza del ayuntamiento, en donde se da el pregón y se planta ese monumento oficial en cartón piedra y que sirve de estandarte para nuestras fiestas oficiales de Alicante, o donde finalizan su recorrido procesional algunas de las cofradías o hermandades en nuestra santísima semana santa Alicantina, me resultaba extraño ese recorrido, pues nunca regresaba a casa por el, efectivamente algo grave pasaba, atajando por una de las calles, conseguí llegar antes que él a casa, se lo conté todo a mi madre y ella, dándome la callada por respuesta rompió a llorar al mismo tiempo que me abrazaba, giramos nuestras miradas hacia la entrada de la casa, y allí parado, mirándonos en la penumbra estaba él, mi padre, que bajando la cabeza y sin decir nada desapareció por el pasillo hacia su habitación. Mi madre se limpió las lágrimas con el delantal y se adentró en la casa, dejándome a mí en el salón, los oí hablar, al rato entraron los dos sentándose uno a cada lado de mí.

Al cabo de un eterno silencio les pregunté que era lo que pasaba. Mi madre miró a mi padre, y éste empezó a contarme que la grave situación económica por la que estábamos atravesando, les había llevado a plantearse inevitablemente el enviarme a vivir con mis abuelos a Madrid. Antes de que pudiera contestar, mi Madre tapó mis labios con un dedo de su mano. Me levanté y me fui a mi habitación, comprendí que ya no volvería nunca más a mi Alicante. Esa eterna noche no dormí nada. A la mañana siguiente engañé a mi madre, pues no fui al colegio. Deambulé y curiosamente imité a mi padre, recorrí lugares, plazas y calles más importantes por diferentes motivos de mi ciudad. Plaza de toros, Panteón de Quijano, Iglesia de la Misericordia, calle san Vicente, Alfonso el sabio, luceros, Maisonave. Y….., me detuve un instante al pasar frente a ella, la estación de tren, y que hubiese querido borrar de mi presencia, seguí, corrí, Oscar esplá, Canalejas, la explanada, el postiguet, mi puerto, cosas que el peso del recuerdo no aguantaría mi mente e iría dejando caer en el olvido con el paso de mis años lejos de mi Alicante.

Inevitablemente, llegó la mañana que al levantarme de la cama pude observar que había preparada una vieja maleta y que seguro, en su interior estaría toda mi ropa. Terminé de desayunar y salimos de casa los tres, mi padre, mi madre y yo. Mi padre intentó llevarme encima de sus hombros. Como solo él hacía cuando teníamos que andar largos trayectos desde Alicante a la Santísima FAZ. No quise, ese día no quise que lo hiciera, quería oír por última vez el sonido de mis pasos  recorriendo las calles de mi Alicante, Al pasar por una plaza, vi que ella ya se estaba engalanando, pude intuir que las fiestas de fogueres estaban mas cerca que nunca y además, pude observar de refilón varias veces como se secaban mis padres las lágrimas de los ojos. Llegamos a la estación de tren, me subieron a él, e inmediatamente, como si me estuviese esperando, después de un largo pitido comenzó a andar. A una cierta distancia, vi. a mi madre arrodillada en el andén, y a mi padre tras ella tratando de levantarla. Mis manos, no pudieron soportar mas el peso de mi cuerpo y acabe cerrando la ventanilla antes de dejarme caer, poniendo mis pies sobre el suelo del vagón.

El viaje se hizo largo, interminable y a su vez triste, muy triste. Junto a mí, mi maleta. Me recosté sobre ella y quedé dormido, mecido por el traqueteo del tren, de vez en cuando me despertaba el pitido de la maquina, apenas podía abrir mis ojos, e inmediatamente volvía a dormirme cansado de tanto llorar.

Ya en la estación de Atocha, al bajar del tren, reconocí entre las personas que esperaban a los viajeros, a mis abuelos, no pude aguantar más y corriendo hacia ellos y al abrazarlos rompí a llorar con mas fuerza que nunca, sentí las caricias por la espalda que me hacia mi abuela, mientras mi abuelo se apresuraba a recoger la maleta que había dejado tirada en medio del anden. Miles de palabras de consuelo salieron por la boca de mi abuela y ninguna de ellas consiguió acallar mi llanto, al regresar mi abuelo junto a nosotros, después de tomar aire, giró a mi abuela por el hombro y abandonamos la estación, solo hablaba mi abuela, mi abuelo al igual que yo, permanecíamos callados y tan solo mientras mi abuela me hablaba, asentía con su cabeza mi abuelo varias veces.

Llegamos a su casa, después de enseñarme mi habitación bajamos de nuevo, todo era nuevo para mí, su olor, sus muebles, sus paredes su suelo, excepto las fotos, muchas de hogueras aunque varias de ellas estaban hechas la última vez que mis abuelos estuvieron en Alicante. No reconocí a ese niño, aunque sí el lugar, era el taller de hogueras de mi padre y le pregunté que quien era, mi abuela me respondió que era mi padre cuando era niño. Cogí el retrato, y lo tiré con fuerza al suelo, antes de subir corriendo a mi habitación, se que mi abuelo intentó decirme algo, pero mi abuela se lo impidió.

Fueron pasando los meses y las circunstancias de la vida hacían atisbar el sol entre los oscuros nubarrones de anhelo de mi cielo. Una noche que no podía dormir, me sorprendió al entrar en mi habitación mi abuela, viéndome mirar a través del cristal de la ventana.

Me preguntó que era lo que miraba, y le respondí que veía llover y que era igual que la lluvia de Alicante, me gustaba ver y oír llover.

Mi abuela me dijo, espera un momento, salió de la habitación y al momento volvió a entrar con algo envuelto en un trapo, ese trapo era del mismo color que el que llevaba mi padre aquel día que lo seguí. Mi abuela me dijo, sabes?, hace tiempo que quiero dártelo, pero no me atrevía hasta cerciorarme que no harías con él lo mismo que hiciste con el retrato. Era la primera vez que me reía. Perdóname abuela, antes de que pudiera seguir hablando, mi abuela me dijo, mira, esto me lo dio tu padre y me dijo que cada vez que sintieras anhelo por Alicante cerraras los ojos y que te lo pusieras en tu oído. ¿Qué es, abuela?, cierra tus ojos y haz lo que te he dicho. Cerré mis ojos y al tocar aquello, pude comprobar que….. es una caracola, abuela, exclamé. Y de las mas grandes, añadió mi abuela, a continuación hice lo que me dijo, cerré mis ojos al mismo tiempo que la aproximaba a mi oído, al hacerlo, noté como se me erizaba la piel, estaba oyendo el mar y en seguida aparecieron delante de mi las imágenes de mi Alicante, los lugares que mas me gustaban recorrer, ver, sentir, las palmeras meciéndose por la brisa del mar, el olor a sal, se me impregnaba la piel con espuma de mi mar. ¿Lo sientes?, me preguntó mi abuela. Más que nunca, le respondí. Y a continuación me abrazó un instante interminable.

 FIN.

21- Mi experiencia con el cáncer. Por Cosa
23- En una cesta de mimbre. Por Edmaca


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Participantes

bobdylan:

A todos nos parece que los lugares de nuestra infancia son los más hermosos del mundo, y nos cuesta alejarnos de ellos. Pero la vida tiene esas cosas. Quizá porque solamente damos aprecio a aquello que ya hemos perdido.

Te deseo suerte en el concurso.


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