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51- Busqueda. Por Manuel Leyre

La playa estaba desierta, paraiso virgen al que la civilización esa mañana había olvidado presentándose como un cielo aquí en la tierra para quien osara atreverse a caminar con pies desnudos por sus puras y calientes dunas de arena blanca y fina. Así, el caminante, egipcio errante y perdido hacía tiempo llegó a ella y comenzó a vagar sin rumbo fijo, sólo contemplando sus pies sobre la arena que se iban hundiendo en ella y el aliento divino cada vez que levantaba la vista para contemplar el mar enorme y azul intenso que se abría delante de sus ojos; así siguió caminando largo rato y el sol que calentaba su cuerpo y su cabeza cansada le hizo tener ganas de jugar en aquella playa, con aquel agua, empezando a salta y dibujar zigs zags con sus grandes pies en el árido elemento que se deslizaba por ellos.
Dibujó líneas, círculos, triángulos, cruces y flores, señales que en algún momento de su ya larga existencia habían tenido algún sentido para él y que se habían erigido como símbolos univesales de lo bueno, lo bello, lo finito y lo infinito.
Se desnudó quitando de su cuerpo las ajadas vestimentas y se lanzó solo, alegre y vital hacia el líquido marino para zambullirse en el mejor baño de su vida, en uno en el que sólo se encontraban él, sus ganas de vivir y la inmensidad del paraje descubierto, reflejo de su conocida existenica de una inmensidad mucho mayor.
Nadó largo rato, hizo el muerto, buceó y dió volteretas, sacando al niño que tiempo atrás había dejado en el camino y con el que ahora se encontraba para pedir a su Dios una única señal que le hiciera continuar su largo peregrinaje.
Desnudo, chorreándolee el agua por todo su cuerpo atlético saió del océano para recoger sus ropas que se colocó tras echar un último vistazo al inmenso paisaje bajo donde sus antecesores le habían dicho habían estado sumergidas antiguas y añoradas civilizaciones perdidas. Se vistió y siguió su camino, recto, seguro, feliz, con el pecho lleno de satisfacción y de fé.
Entonces lo vio, algo brillante y verde como esmeraldas sobresalía de una de las dunas y su alimentada durante toda su vida curiosidad no pudo evitar que sus pies le condujesen hacia esa parte de la playa. Se acercó y observó el verde vidrio con corcho, botella que un joven egipcio años atrás había echado al ma, la abrió con desbordada emoción y sacó la nota gastada por el sol que había en el interior para únicamente leer:
«Allí donde encuentre ésto, construiré mi hogar y dejaré de peregrinar.»
Y así lo hizo.