III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


8 marzo - 2006

35- SOLA. Por Leonardo2

¡Dios mío! ¡Estoy de parto!No era una expresión de felicidad, como podría suponerse. Era una expresión de miedo, de angustia. El momento que desde hace unos meses esperaba, ya había llegado y, sin embargo, estaba sola. Estaba sola en el cuarto de un piso compartido por otros compatriotas; otros inmigrantes como ella, indocumentados, sin los papeles que les permitirían llevar una vida cuanto menos normal.

Ella estaba sola sin posibilidad de recurrir a nadie. Pero recurrir a alguien le supondría perder su trabajo; un trabajo de diez o doce horas diarias que le permitía sobrevivir y enviar algo de dinero a su familia allende el océano. Tenía que parir sola, como antes lo habían hecho las mujeres de su aldea durante muchos años. Tenía que parir y descansar para levantarse al día siguiente antes del amanecer.

Ya había roto aguas. Un líquido incoloro le corría por las piernas. “¡Aaaay!”. Las contracciones eran cada vez más frecuentes. ¿Qué podía hacer?. No podía parir en el piso. También se negaba a usar la expresión más habitual de “dar a luz”. Aquello no iba a ser dar a luz porque aquello no era fruto del amor, tampoco era el resultado de la satisfacción sexual.

Ella había sido violada. Sí, violada por otro inmigrante; violada una noche en un descampado cuando regresaba del trabajo. Violada y humillada hasta hacerle arder las entrañas. Luego, cuando todo acabó, se arregló las ropas como pudo y se fue a su habitación a llorar su vergüenza; una vergüenza que quiso ocultar y no pudo, las lágrimas la evidenciaban ante todos.

Cuando llego a su casa compartida se fue a la habitación y se acurrucó en la cama. Se hizo un ovillo en un rincón y así pasó la noche. Ahora, junto con los dolores de las contracciones, todo volvía a su mente: la expresión de lujuria de su atacante, los gritos de auxilio no oídos y los lamentos sofocados y, luego, el silencio; el silencio de la soledad levemente roto por débiles sollozos. Ahora, igual que entonces, estaba sola.

Hizo acopio de fuerzas y se dirigió a la puerta del piso no sin antes coger una toalla. Bajó las escaleras con el temor de la posibilidad de resbalar y acabar con todo de una vez por todas; quizás eso fuera lo mejor, pero luego pensó en su familia. Su familia la necesitaba aunque ella estuviera a más de diez mil kilómetros de distancia, su familia podía vivir gracias al dinero que ella enviaba todos los meses; a pesar de todo, ella era el sustento de su familia. Por eso ocultó su embarazo, por eso no denunció a su agresor a pesar de conocerle, por eso nadie debía enterarse de su estado, por eso tenía que parir sola. Era el miedo; miedo a perder el empleo, miedo a ser deportada por su situación al margen de la ley. El miedo la acompañaba en cada momento de su vida.

Llegó a la calle y la calle estaba desierta. Era una calle de un barrio extremo y solitario. Al fondo, un parque era ocupado durante las mañanas por jubilados, niños durante la tarde y toxicómanos en la noche.

Con el miedo por compañía fue allí y buscó un escondrijo. Antes de llegar notó un fluido caliente bajar por sus piernas. Era sangre, lo cual significaba que el parto estaba llegando a término y también que debía darse prisa.

Encontró un lugar, entre unos matorrales, donde podía recostarse. Allí parió entre dolores ahogados por el miedo a ser descubierta. Allí terminó el episodio de su violación y allí quedó una criatura unida a la placenta. Después, con la toalla entre las piernas, regresó a su habitación donde, igual que ocurriera hace meses, se hizo un ovillo en un rincón para llorar sus penas en la soledad y el miedo.

Unas horas después alguien que entró en su habitación interrumpió su seño y la encontró tendida en un colchón ensangrentado. Sin pérdida de tiempo llamó a una ambulancia que la llevó a un hospital donde nuevamente quedó sola. Sola en una cama que dejaron en el pasillo de la unidad de urgencias. Repetidamente los médicos le preguntaban qué le había pasado y ella, aunque les entendía, no les comprendía o no quería comprenderlos. Ella solo quería volver a su habitación; al día siguiente tenía que acudir al trabajo so pena de perderlo, tenía que trabajar para poder enviar dinero a su familia. Sólo quería volver a casa.

Luego vinieron los policías y entonces acabó todo. Sí, la habían violado, había estado sola, había ocultado su embarazo por miedo a perder el trabajo y había parido sola. Aquello no era su hijo, no podía serlo porque nunca lo había querido ni era consecuencia de la entrega amorosa; sólo amaba a su familia que había dejado en su país y que podía alimentarse gracias al dinero que enviaba con regularidad.

Ahora, después de haberse recuperado, está en la cárcel a la espera de un juicio que, con toda seguridad, será condenatorio. Comparte celda con otra mujer con la que nunca, o casi nunca, habla. Habla poco y siempre está triste. Sólo le acompaña la soledad, como siempre desde que hace algo más de un año le arrancaron las ilusiones y la dignidad en un descampado solitario.