III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


27 febrero - 2006

12- Nihil. Por NoBody

Al abrigo de cuatro paredes, desesperando a las palabras, yacía el cadáver de un hombre vivo. Era Eduardo Montesinos y su único refugio era negarse a vivir. Ante el más aterrador vacío un único movimiento restaba: vaciarse de sí mismo. Andaba camino de lograrlo. Depresión. Hay que darle nombre. Curanderos con título otorgándote fórmulas mágicas del buen vivir por 50 euros a la hora. Para los más avispados, se trata de ir tan solo a la sección de autoayuda de una librería cualquiera y comprar la paz interior por 10 euros. Si la cosa se pone jodida, pastillas contra el mal del alma en una farmacia. Si se pone realmente jodida, una adicción cualquiera es la única vía posible. Pero Eduardo no podía acudir a los mercachifles del dolor. No era escasez de cash, era sobreabundancia de análisis, su puta manía de despejar la incógnita en toda ecuación vital. El mundo acababa desnudo, desprovisto del sentido que nunca tuvo y él, como buen último hombre, era incapaz de generar un nuevo sentido por sí mismo, ni siquiera estaba capacitado para abandonarse a la estupidización de repetir cada mañana ante el espejo: eres el mejor, eres el mejor, eres el mejor, … Hiperconciencia, mala compañera. Aún queda otra vía, el sinsentido.

Era Eduardo Montesinos y su vida era una mierda; lo que le diferencia del resto es que él era consciente de ello. Personas. No puede escupirles a la cara y gritarles el asco que le dan, el asco que se da. Atrapado en la mierda, nada a contracorriente. Indigno gesto heroico cuando la corriente te lleva hacia ti y tú te alejas porque te espanta nadar libre en el océano. Una persona llama pasadas algunas horas desde que se levantara temprano aquella mañana de Sábado – horas que se hacen cortas, horas interminables de sufrimiento – Unas cervezas. Una buena forma de sentirse solo es estar acompañado: el ruido es buen compañero, no permite que te escuches. Eduardo sabe perfectamente que la vida se ha llenado de ruido para evitar que la gente tome conciencia de su asquerosa existencia. A diferencia de la mayoría, él utiliza el ruido de un modo selectivo. Es un buen momento para ubicarse entre tres extraños conocidos en la infancia, hablar de cualquier tema sin conocimiento de causa, mostrar emociones fingidas, intereses inventados, … Toda esa impostura es parte del mismo juego, todos jugamos, unos se aprovechan de las reglas, otros las sufren, algunos se rebelan, … Nadie gana. Sentado entre todos, hablan y hablan hasta que su hablar se convierte en un ruido insoportable. Su cabeza estallará. Hay que huir. Excusas: el lenguaje que todo el mundo habla, el que todo el mundo entiende. Regreso a casa por el camino largo. Se detiene en cada uno de sus pensamientos, los recrea, los vivencia, compulsivamente, una y otra vez, su cabeza gira entorno al mismo eje. El sinsentido es la única salida.

Él era Eduardo Montesinos y su relación amorosa había fracasado. Esa es una causa común de diversos males anímicos, demasiado común, pero él sabía perfectamente que una cosa es el detonante y otra el explosivo. Curiosa asociación, el inconsciente trapichea con tan endemoniada concatenación de ideas. Ella, llena de lenguaje bifurcado, le hizo entrar en un estado de esquizofrenia agónica, zozobrando a la deriva, funambuleando por la delgada línea que separa realidad de lenguaje. Ella, aparentemente único sentido de la vida, dejó de serlo en el mismo momento en el que dejó de ser misterio. Aletheia, Physis, Logos, … La Verdad se muestra como una luz cegadora cuando se destapa ante la conciencia; una vez te habitúas a ella, respiras el horror al vacío: el alumbramiento ha dado paso a la oscuridad, la luz es la noche. La única verdad es que no somos nada. Aún peor, somos la Nada. En este pensamiento se hallaba inmerso al ver una ferretería, justo a su altura, en la acera de enfrente. Cruza la calle, entra taciturno, no saluda, cree que le va a temblar la voz cuando se vea obligado a hablar, coge lo necesario, lo muestra al dependiente, este le cobra. “Bien” piensa, ”no he tenido que soltar palabra”. Su casa. Sigue las instrucciones una a una. Mientras trabaja, no piensa, y eso le reconforta. Quedan pocas horas. El sinsentido es ya el único sentido posible.

Su nombre era Eduardo Montesinos y se había prometido a sí mismo no entrar jamás a un centro comercial. Odiaba la idea de confinar el ocio y el abastecimiento de las necesidades, básicas o no, en un recinto pensado como un circuito cerrado para consumidores compulsivos descerebrados: Siempre los asociaba a campos de concentración. Ahora se veía ahí, con un carro de la compra lleno, y no podía evitar esbozar una media sonrisa irónica. Observaba fríamente a todas las personas que se cruzaban a su paso, sabiéndose poseedor de la conciencia de mundo de la que ellos carecían. Esto le alentaba. Él había visto al mundo, había visto a la Vida, la había mirado fijamente a los ojos, de tú a tú, pero había perdido el pulso, no estaba a su altura, y, súbitamente, donde había habido cierto orgullo, todo se torna desesperación. En ese instante, siente odio hacia todos ellos, los odia intensamente, siente aversión por su ignorante felicidad. Aunque, secretamente, los envidia.

Todos sus conocidos creen saber cómo era Eduardo Montesinos, una imagen perfecta de la bondad, la honestidad, la amistad, … y todos esos valores que se supone que debe tener una buena persona, un referente, forjado a fuego y hierro candente, de las relaciones sociales. Será porque hablaba poco. Todos creían en él, pero nadie se había asomado a su alma, nadie había visitado su infierno. Él había renegado de casi todos ellos, de un modo discreto, sin hacer ruido. No se sentía capaz de quitarse las cadenas, no tenía destreza emocional para ello.

Se dice a sí mismo “Soy Eduardo Montesinos y….” pero ya es incapaz de pensar. Todos sus músculos se tensan. Un sudor frío recorre su frente. Está paralizado en una inmensa cola de hipermercado un Sábado por la tarde. Nota, detalladamente, cada arrebato de su cuerpo, su sistema nervioso actuando paso a paso, todos sus componentes en movimiento: células, neuronas, conexiones neuronales, impulsos eléctricos, materia gris, músculos… Un movimiento. Solo un movimiento. Algunas imágenes se agolpan en su mente, cortan el impulso. No cede al chantaje del miedo. Aprieta. Detonación. Muerte….

Los programas cortan su emisión para dar la noticia: “…al parecer se trata de Eduardo Montesinos y habría hecho detonar aproximadamente 1 Kg. de explosivo que llevaba pegado a la cintura. Fuentes policiales no hallan indicios de una posible conexión de esta persona con redes terroristas….”.

Herminia, sobresaltada ante la noticia, se pregunta: “¿Qué sentido tiene hacer algo así? ¿Qué motivos impulsan a tal atrocidad?”.

Jacobo, casi sin inmutarse, responde: “¿Sentido?”.