III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


23 febrero - 2006

6- Conversaciones a solas. Por Pandora.

Llego pronto. Ella me espera, sentada en el sofá, leyendo un libro. Eso me incomoda profundamente. Odio llegar y encontrarla enfrascada en la lectura, o escribiendo, con esos ojos con que me mira y que no son de este mundo. En lugar de vivir en la realidad, como hago yo, huye de ella, la transforma a su antojo, la moldea… Sí, me molesta profundamente, quizá porque en el fondo sé que es la persona que yo debería ser en todo momento y que no me permito más que en contadas ocasiones como ésta, en que me descubro en el sofá leyendo y regreso con todo el peso de la realidad, esa amada enemiga, para destruirme.
Nos saludamos cortésmente, como el sol y la luna se ceden el turno sabiendo que es imposible reinar a la vez. Pero hoy es distinto, lo percibo, ella no quiere marcharse todavía, se resiste. Me mira a los ojos, aun sabiendo que no lo soporto, y, demorando expresamente el acto de colocar el punto de lectura en el libro, me pregunta:
–¿No te cansas? –lo pronuncia en un tono que denota cierta conmiseración.
–¿De qué? –intento esquivar su mirada y su pregunta con otra pregunta, sabiendo que la suya es el preludio de una guerra que me va a tocar perder.
–De ser tan absurdamente cobarde ante la vida, de vivir en la superficie en lugar de bucear…
–¿Bucear dónde? –la interrumpo con desdén–. ¿En la fantasía, como tú?
–Aunque no lo creas –prosigue–, yo soy más real que tú… Sí, yo, la que pasa horas y horas entre libros o escritos, sumergida en mundos creados por mi imaginación, la que crees una soñadora que no tiene ni idea de lo que supone llevar el peso de los problemas. Yo no huyo de ellos, ¿sabes?, los afronto desde otros ángulos. Vivo la vida con los ojos abiertos, con las alas desplegadas, veo gigantes donde tú ves molinos, retuerzo versos donde tú pones frías palabras, camino por la cuerda floja por el placer del riesgo, de aventurarme a caer a un vacío sin red con la certeza de que unos brazos me recogerán…
–No tienes remedio –le contesto con una sonrisa irónica y negando con la cabeza.
–Tú sí que no tienes remedio, o mejor, sí lo tienes, pero no quieres ponértelo. ¿Por qué te escondes? ¿Por qué te niegas? Atrévete por una vez a lanzarte al vacío, pero sin esa red debajo que tejes como protección…
–Tú no lo entiendes –no puedo evitar contestar con amargura. Me ha tocado la fibra. Sabe dónde me duele. ¿No va a saberlo?
–Entiendo que no sirve de nada que te escudes en decir: “hago esto porque es lo que debería hacer, porque es lo que esperan de mí, porque es lo correcto”.
–¡Ah!, ¿no? ¿Y, entonces, qué? ¿Hago como tú, que sólo te preocupas de sentir, de hacer y decir lo que sea sin pensar nunca en las consecuencias?
–¡Sentir, sentir, sentir…! Tú lo has dicho. ¿Puede haber otro verbo más hermoso?
No puedo con ella. Cuando se pone intensa me dan ganas de salir corriendo. Intenta arrastrarme a su terreno, hacer que pierda el control… Me arriesgo a mirarla. Permanece en silencio, abstraída, con la vista perdida en un punto del espacio que atraviesa sin ver. De repente, lanza un suspiro y vuelve a la carga: “En realidad, sí; sí hay otro verbo más hermoso, el verbo amar. ¿Lo conoces?” –esto último lo pronuncia con ironía, sabiendo que me va a molestar. Me quedo en silencio, no pienso contestarle; eso la saca de sus casillas…
–Dime, ¿no amas acaso?
– […]
–¿Eh? –empieza a impacientarse–. Claro que amas, pero te da tanto miedo reconocerlo que no te atreves ni a pensar en ello. Para ti es un error de cálculo, algo que escapa a tu control y que, por tanto, debes apartar de ti. ¿No te das cuenta de que, quizá, es lo mejor que te ha pasado en muchos años?
–Sí amo…, a mi marido… –balbuceo, asombrada de descubrir lo poco convincente que resulta esta respuesta, incluso para mí.
–Sí, claro, a tu marido –repite con sorna–. Pero, ¿a quién quieres engañar? ¿A mí, que soy lo único bueno que tienes, aunque te empeñes en atarme y amordazarme para no escuchar lo que no quieres oír? Sabes que de nada sirve. Mi voz te llegará igualmente, nítida, limpia, siempre, porque sale del corazón, ese órgano caprichoso y cruel que compartimos.
–No sé por qué te escucho. Haces que me sienta fatal…
–Ya, y ése es tu problema, que no quieres sentirte fatal, no quieres enfrentarte a tus miedos. Prefieres obviarlos, ningunearlos, negarte a sentir.
–¡Cállate! No tienes ni idea de lo que estoy pasando… ¡Lárgate ya! Ha terminado tu momento. Ahora soy yo la que debe tomar posesión y controlar la situación para que todo funcione. Vuelve al mundo del que vienes y déjame en paz. Coge tu libro, tus papeles, tus absurdos versos, y lárgate. ¿Quién te necesita?
–Tú, tú me necesitas. Para seguir viva, para que te recuerde lo que puedes ser y te niegas a ser, para que no olvides que hay gente que te quiere, pero no con ese estúpido ropaje de cobardía que luces últimamente, sino cuando ven reflejados mis ojos en tus ojos, esos que ahora no quieres ni mirar para no dejarme entrar dentro. ¿Es que no te importan esas personas que creen en ti? Les estás fallando…
–Claro que me importan, más de lo que crees. Pero no me corresponde a mí tomar la decisión. Yo estoy bien. Tengo un marido que me quiere, una buena casa, un buen trabajo… Tú eres la que se siente infeliz, la que busca a alguien con sus mismos sueños, la que vive en castillos de cartón, la que vuela sin alas, la que ama como se ama en los libros, la que sueña…
–Pues entonces déjame que tome el control total y haga lo que tengo que hacer. Desaparece para siempre con tus temores, con tus problemas cotidianos, y no vuelvas. No tomes posesión de lo que no te pertenece. No irrumpas en mi espacio ni intentes someterme…
–Pero, ¿no te das cuenta de que por ti sola no puedes sobrevivir? ¿Que tú también me necesitas? Somos dos partes de un todo. Ninguna de las dos puede reinar sola.
–Pues tú preocúpate de los problemas cotidianos y déjame a mí los asuntos del corazón.
–Sí, ya, pero resulta que tus decisiones afectan a mis “problemas cotidianos”. Tú quieres que deje a mi marido y me lance en busca de un sueño, pero eso significaría destruir todo mi mundo, el mundo que tanto me ha costado construir. Alterar una armonía familiar, hacerle daño a él… Y todo por un sueño. Perdona que te lo diga, yo seré muy práctica, lo sé, pero tú eres una idealista. Tú estás enamorada del amor, del amor que lees en esos absurdos libros que no te hacen ningún bien. No es un amor real. No encontrarás nunca a nadie que ame como tú amas, porque tú eres un espejismo, una ilusión de realidad, amas como aman los poetas, no como aman las personas. Tú eso no lo ves, claro, pero yo, la parte más racional de nosotras, la que piensa en lugar de sentir, sí. Por eso no puedo echarlo todo por la borda por tus fantasías. ¿No ves que no hay nadie ahí fuera que nos espere? ¿Qué crees que pasará si te hago caso y lo dejo todo? Nos quedaremos solas, sin nada, sin la cotidianidad que ahora nos envuelve con sus problemas pero también con sus pequeñas alegrías… ¿No crees que es mejor ser un poco feliz que perderlo todo por buscar la felicidad “total”, que no existe?
–¿Y aún te extrañas de que te consideren cobarde? Pero, ¿te estás oyendo?
–Va, dejémoslo, tú no puedes entenderlo. Se está haciendo tarde y tengo que preparar la cena…
–Mírame.
–¿Qué?
–Que me mires… a los ojos.
–No.
Se acerca a mí y, cogiéndome por la barbilla, me obliga a mirarla. Cierro los ojos para no verla. “¡Suéltame!” –le grito, pero ella sigue aferrándome con fuerza.
–He dicho que me mires…
Finalmente, abro despacio los ojos, vencida, y me atrevo a mirarla. No la distingo con claridad. Me digo que es a causa de la fuerte presión que he ejercido con los párpados y que enseguida pasará, pero al momento descubro la causa. Estoy llorando. Siento cómo resbalan por mis mejillas tibias lágrimas. Ahora su rostro se va haciendo cada vez más nítido. Ya empiezo a distinguirlo, ya veo sus ojos, esos poderosos ojos que tanto temo, y descubro el rastro de las lágrimas, mis lágrimas, deslizándose también por ellos.