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122- Tras el telón. Por Silencio

Un compañero comenta en el pasillo que la reunión con los padres de su grupo ha sido como todas, más de lo mismo, ninguna anécdota que destacar salvo la complicidad que ha tenido con la madre de uno de los niños más conflictivos. No es que sea un mal chico, es que se distrae con demasiada facilidad y arrastra con él al resto de la clase. Sitúa para que se haga a la idea con ejemplos que incluyen intervenciones poco afortunadas ‘para hacerse el gracioso y romper el ritmo’ como respuesta a preguntas que el profesor formula en clase y canicas de papel catapultadas con la goma elástica de su carpeta. Con lo difuso de su explicación sólo consigue convencer de una realidad que no tarda en ser corroborada por el final de su discurso. Confiesa que siente una debilidad especial por ese chico porque le recuerda a sí mismo a su edad. Sorprende la franqueza de su colega; por diferencia de grados o falta de interés no están acostumbrados a pasar del saludo. Con toda la diplomacia que ha sido capaz de transmitir ha acordado con la madre en cuestión que lo que tiene que hacer cuando llegue a casa después de la reunión es sentarse con su hijo y decirle con naturalidad que el profesor está descontento y molesto con su actitud, algo que no es cierto, aclaró primero a la madre y ahora a quien no ha pedido explicaciones, pero es mejor que el niño lo crea para que cambie su comportamiento y aproveche mejor la materia que se imparte en el aula. La profesora le escucha hablar y se cuestiona la identidad del engañado, si es el niño, la madre, el otro tutor o ella misma. No sabe si su colega está descontento o no con el pequeño, si en verdad ha tenido tanto tacto con la madre o si sería él el que tendría que cambiar de actitud cuando se situase entre pizarra y estudiantes. Sobre el papel, esta tarde los adultos se han confabulado para adaptar el niño a ellos. Es una mentira comprensible, noble, cuyo fin justifica los medios. La profesora pasa el resto del día tratando de imaginar el efecto que tendrá sobre el niño el teatro escrito a sus espaldas. La educación es una lucha tramposa entre enemigos difíciles. Unos tienen la batalla perdida, otros la han perdido antes de cambiar de bando. No hay víctimas ni verdugos. Siempre habrá niños susceptibles de ser educados y adultos dispuestos a hacerlo. Un día los primeros formarán parte del segundo grupo, nunca al revés. Ese profesor siente debilidad porque el niño le recordaba a quien fue él una vez. Por eso le premia con mentiras y educación. Lo hace por él y es lo correcto. También es un castigo que se infringe por haber crecido. Sólo la infancia cuenta. El resto es historia. Aún en el pasillo, quien se ha limitado a escuchar piensa que las clases vacías son un espectáculo lamentable. Toda la tensión acumulada durante el día, buena o mala, muere en el silencio que invade pupitres, estrado, percheros desnudos. Es difícil visto desde fuera, insoportable dentro del aula, a oscuras. Los ecos de la vida por explotar que se acumula durante la jornada se repiten mudos en la ausencia de cada bocanada de aire, en cada grito o secreto confesado entre susurros, en cada contacto de la tiza con la pizarra o cada movimiento de sillas arrastradas. El aula es la intersección diaria en la que muchas vidas se cruzan en el inicio del camino hacia la muerte. Aquí, los muertos les indican la vía más rápida para acceder a ese destino al que los que enseñan han llegado hace tiempo. Nuestra profesora no soporta tener delante a su grupo, recuerdan lo que perdió y hacen que se sienta culpable por lo que les está haciendo perder a ellos. Pero cuando no está trabajando se siente aún más perdida, mira atrás y se encuentra sentada frente a sí misma, en una de las aulas que ahora mira desde arriba, desde los centímetros que separan la tarima del suelo y la muerte de la vida. A sus compañeros y gente que se cruza por la vida no parece afectarles el paso del tiempo. Tendrá ella el problema o lo tendrán todos pero compartiéndolo en silencio. Nunca lo ha hablado con nadie así que cabe la posibilidad de que no sea la única que piense así. No le serviría de nada no serlo, la derrota no es más dulce por ser compartida. Todo tiene arreglo en la vida menos la muerte, aunque sea en vida, aunque sea viviéndola.