III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


14 marzo - 2006

80- Te llamaré Marina. Por Valvanera

Llueve. Detrás de los cristales llueve y llueve. Mientras, mi corazón sonríe, y mis lágrimas se confunden con las gotas de agua que caen por la ventana. Parece una contradicción y, sin embargo, ese es el sentimiento que me embarga.Hace unos momentos ha sonado el teléfono. Sonaba insistentemente mientras yo recorría con paso cansino el largo pasillo hasta la mesa. Al otro lado, una voz ronca, irrumpía como un vendaval y tenía que sentarme para controlar el temblor de mis manos que apenas podían sostener el auricular. Un par de minutos han bastado para que la vida diera un giro inesperado, para que todo aquello que parecía inalcanzable, fuera posible. Quería disfrutar el momento, vivir la nostalgia de lo que quedará atrás y al mismo tiempo la sensación de paz ante el futuro que se avecina.

Mi vida hasta ahora no ha sido fácil, esa voz que tanto temo me tuvo encerrada durante mas de tres meses en casa, tan sólo salía para ir a emborracharse con los amigos mientras me dejaba en una habitación interior sin más compañía que los ruidos, amortiguados, de la calle y mis sueños que crecían y maduraban al mismo ritmo que las cada vez más frecuentes palizas que me propinaba. Hasta dos días me había dejado allí, sin comida ni bebida, a 40 grados, en pleno mes de Agosto. En cuanto pude huí, anduve hasta un cajero automático, vacié la cuenta y me fui a la estación de autobuses, el primero que salía me llevó a Zaragoza. Cometí un error, llamar a mi hermana para decirle donde estaba. Pude irme antes de que llegara a buscarme, desde entonces nunca digo donde estoy, mis llamadas son cortas, a horas extrañas, solo preguntando si están todos bien, sin explicaciones, vivo encerrada en mi misma, de hotel en hotel, recorriendo kilómetro tras kilómetro para alejarme de él.

Silencio. Soledad compartida en la distancia con los desconocidos que me cruzo en mi viaje hacia ninguna parte.

Aromas que se mezclan en calles estrechas, olor a pescado recién cogido del mar, a carbón, y un sutil olor que me atrae, que me hace andar presurosa entre las callejas persiguiendo al dueño de esa melodía, de esas notas que consiguen que mi naturaleza femenina se acreciente, naciendo una necesidad primitiva de olerla en toda su intensidad. Te presiento en la soledad de esa mañana gris, aun sin conocerte. Las callejas empinadas, el olor a salitre, mi respiración agitada oliendo en el aire, siguiendo tu rastro, dulce aroma a hombre.

Pasan las horas y el olor se desvanece. Desapareciste de mi vida sin dejar mas rastro que ese aroma que si cierro los ojos revivo, y sigo sintiendo el mismo escalofrío, el mismo sentimiento de haber llegado a puerto.

Trazo la última curva, y ante mi aparece una casa enorme de paredes enredadas en hiedra, con innumerables ventanas, tejas rojas, y un cuidado jardín. Avanzo lentamente, las ruedas de la maleta traquetean por las piedras del camino, mientras yo voy ensayando las frases de presentación:

– Soy Carmen, la nueva cocinera.

– Buenos días, soy Carmen, vengo de la agencia de Barcelona, para trabajar como cocinera.

Es bonita esta casa, me pregunto en qué parte estará mi dormitorio, ojalá no sea en el sótano, con que tuviera un ventanuco me sentiría feliz, odio las estancias sin ventanas, me producen claustrofobia, espero que en la agencia les dijeran eso, me noto nerviosa, ansiosa, respiro hondo y me traslado con mi imaginación a ese pueblo de cuestas empinadas, calles estrechas y casas encaladas, con el mar al fondo, donde una vez y durante unas horas fui feliz en una pequeña alcoba de cama grande, en una noche de luna llena y sábanas blancas de hilo con olor a mar, donde amé y fui querida por los sentimientos más puros, donde se susurraron las más tiernas palabras que nunca se han pronunciado, que sólo viven en la imaginación porque son demasiado hermosas para ser escritas, nunca volveré a sentir ese sentimiento de haberte encontrado, de haber paseado por la vida con mi yo más íntimo, me reencontré a mi misma y me desdoblé en dos, en esa mujer que todos ven, callada, de mirada baja, que parece permanentemente asustada de aspecto anodino y viste con colores tristes y oscuros, y la que soy por dentro, una mujer segura de sí misma, vital, alegre, que esconde esos sentimientos tras una máscara de amargura y que ha vivido siempre en soledad, paseando o escondida tras las páginas de un libro, pero ha llegado el momento de cambiar, de vivir de otra manera, lejos ya de las ataduras de un matrimonio lleno de dolor, quiero sentirme libre, y por eso he viajado tan lejos de casa, me he dado el tiempo preciso, un tiempo precioso para conocerme a mi misma y aprender a quererme de nuevo.

Fui Carmen ahora soy Carmina, una mujer que quiere vivir con libertad, y en ese camino de tierra, dejaré todo lo negro que hubo en mi para aprender a vivir como la mujer que soy realmente, empezando por usar el diminutivo que usaba mi madre, Carmina, un nombre nuevo para la nueva mujer que nace en este momento.

Camino con decisión, al dar la vuelta a la casa, buscando la puerta de servicio, oigo las voces de unos niños jugando, se les ve a lo lejos vestidos con alegres colores y una pelota llega hasta mis pies, se la devuelvo con un puntapié, llena de risas, al mirar a mi alrededor veo un huerto, frutales y me siento pletórica, feliz, llena de vida.

La puerta de la casa está abierta, toco con los nudillos la tosca puerta de madera, unas preciosas cortinas de ganchillo se mecen al viento, y unos pasos recios, fuertes… de una vieja matrona de sonrisa franca y mejillas sonrosadas que me mira con curiosidad,

– Buenos días, soy Carmina, la cocinera, vengo de la agencia Nas, de España.
– No te esperábamos tan pronto, pasa, estarás cansada. ¿Quieres un café?
– Gracias, respondo con una sonrisa al ver el magnífico lugar, trabajar aquí será una delicia es todo amplio, lleno de luz, mesas grandes, macizas de madera, ni en mis mejores sueños podía imaginar algo tan perfecto.

Mi habitación es grande, luminosa, con un enorme ventanal desde el que veo el mar, está en la parte alta de la casa, abuhardillada, de paredes de madera, con un jarrón lleno de flores a modo de bienvenida, deshago mi equipaje con una sonrisa en los labios, coloco con mimo un par de libros en la estantería, unas cuantas fotos, el esbozo de un paisaje que desde aquella noche me acompaña, y un único objeto que rescaté de mi pasado. Esos dos objetos conforman ese mundo que dejo atrás, pero también estás tu… que aun permaneces escondida en mi vientre, tan solo una ligera curva delata tu presencia.

Te llamaré Marina.