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77- El secreto de las hermanas Baker. Por lira de Dámaris

-Te parece poco. Me has robado la vida.
Voz cavernosa de Linda que se escucha con la pantalla envuelta todavía en un fundido negro. Rumor de tráfico como fondo acústico de la primera escena, un plano fijo en el interior de la habitación 212 de la Smithers, en el Ups Side Est. Perspectiva frontal, destacan la cegadora blancura de la cama y las ojeras azules de Linda, extremadamente fotogénicas. Yo aparezco sentada en el sillón que hay junto a la cama, con el abrigo puesto sobre el vestido de época que llevaba cuando me avisaron. Primer plano de mi rostro comprensivo, intentando reconducir la situación. Contraplano de Linda; su cabellera oscura esparcida por una almohada que tiene algo de aureola o de armiño.
-Sabes perfectamente que al final lo conseguiré, da igual que intentes limpiar tu conciencia a golpe de talonario y psicoanalista.
Un leve estremecimiento recorre mi cuerpo. Mirada en diagonal, la cámara sigue la trayectoria de mis ojos y se detiene en el jarrón de vidrio donde una lánguida cala blanca parece a punto de rendirse. Pienso en la petaca de nácar que late en mi bolsito de mano, me la trajo Truman al Morocco el día de nuestro 32 cumpleaños y no me atrevo a sacarla, tal vez antes de salir, en el baño. Vuelvo a mirar hacia la cama, no hay quien se aprenda ese estúpido guión. Cada vez llevo peor que me decoloren el pelo, por todos los diablos, cómo pica, a este paso me quedaré calva antes de los 40. Se me escapa un gemido desmayado, contemplo las muñecas vendadas de Linda inertes a ambos lados de su cuerpo. Incluso al borde del suicidio está bella, una auténtica princesa egipcia. Nefertiti descansando en su sarcófago.
-Me llamaron a mí. Me querían a mí.
El afilado susurro se estrella como un bofetón contra el escorzo de mi cara. Buen trabajo, Dr. Miller, , el espejo me devuelve el rostro de Linda cada vez que me asomo. Ayudó mucho que fuéramos mellizas, eso, y 5000 pavos, claro. He sabido sacarle más partido a su belleza que ella misma, debería estarme agradecida porque las dos hemos salido ganando, al fin y al cabo ¿qué más da quién acudiera a aquella prueba? Sólo era un estúpido anuncio de cereales. Nena, tengo que volver, le digo de perfil y poniéndome en pié, cómo son estos ingleses, hacen un Shakespeare y ya se creen con derecho a ir perdonando vidas. El sedante empieza a hacerle efecto. Los ojos azul cobalto de Linda parecen de vidrio cuando le doy un beso en la frente, antes de salir. Que yo uso lentillas de colores no han llegado a sospecharlo ni siquiera mis ex maridos. Un largo travelling a ras de suelo persigue el frufú de mi vestido rosa palo, mientras me alejo por el pasillo, camino del ascensor.